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  • Foto del escritorEl Excedente

Camioneros y empresarios en disputa: una cuestión de economía política



El paro actual de camioneros en el país representa un ejemplo concreto de los temas abordados por la economía política como ciencia. En el seno de lo que parece ser un simple reclamo sectorial se encuentra algo más profundo: la puja por la distribución del ingreso. Por lo tanto no puede ser tratada como una cuestión puramente técnica. Aclaramos desde ya que en el presente artículo no pretendemos posicionarnos políticamente sobre el asunto, sino tan solo “echar luz” acerca de lo que podemos decir desde la teoría económica. Existe mucha confusión al respecto, pues, se arguyen discursos que representan una clara posición ideológica revestida de retórica económica. Por ejemplo, afirmar que las exigencias de los camioneros no tienen validez por el hecho de que, supuestamente, los precios se fijan por “el mercado” o por sus mecanismos, “la oferta y la demanda”, esconde en realidad un claro posicionamiento político de tipo laissez faire o “libre mercado”.

Vamos por lo primero, ¿qué significa que los precios se “fijen por el mercado”? De increíble status constitucional, este enunciado refleja que un precio es resultado de la interacción de dos fuerzas: la oferta y la demanda. En teoría, ambas partes concluyen un precio que es “de equilibrio” y este a su vez se relaciona con una cantidad del bien negociado. En suma, la determinación de precios y cantidades bajo esta visión es simultánea. Ambas variables se resuelven a la vez, y así los precios dependen de las cantidades. De esta manera, la cantidad demandada se reduce cuando el precio aumenta y la cantidad ofertada aumenta con el precio. Hay que entender que el precio resultante depende de las cantidades, por lo tanto cuando más escaso relativamente se haga el bien el precio será mayor.

Tenga en cuenta el lector que esta concepción del funcionamiento del mercado forma parte del andamiaje explicativo de una teoría económica en específico: la de la economía neoclásica o marginalista, de mayor difusión en la academia y en la que se basan quienes hacen argumentaciones de este tipo. A veces con fines políticos, como es el caso que aquí nos trae a discusión.

Ahora, ¿qué es un precio? Quizá este sea el tema más debatido de toda la teoría económica. Pero vamos por lo obvio: un precio es el ingreso de agentes económicos. Así, si analizamos el precio de cualquier bien, por ejemplo del pan, veremos que cada parte de ese precio debe ser distribuido hacia algún “factor de producción”. El precio debe pagar salarios de los empleados, el costo de transporte, el alquiler del local, los intereses de algún préstamo con el banco y por supuesto, también debe dejar algún beneficio para el propietario de la empresa. Normalmente, toda esta cadena de valor se divide en “salarios y ganancias”, para fines de simplificación analítica. En conclusión, el precio es la suma de diferentes tipos de ingreso.

¿Qué pretende decir la teoría neoclásica cuando afirma que el precio se fija por la escasez relativa de los factores? Que el ingreso de estos diferentes agentes depende de la cantidad existente de su factor de producción. De esta manera, si hay abundancia de mano de obra, es decir, mucho desempleo, la solución es simplemente bajar los salarios. Como hay un “exceso de oferta”, la manera de eliminarlo es bajando su precio. Ahora, aplique esta lógica a los diferentes tipos de ingreso de factores que componen un precio. En conclusión, la famosa teoría de la oferta y la demanda es, a su vez, una teoría de la distribución del ingreso. Como tal, es una teoría que refleja una clara preferencia por el “orden espontáneo”, pues los precios se fijarán (y de la manera correcta) como surgimiento del interés individual, logrando también el bien común.

Como dicha teoría se aplica a todos los factores de producción, y por consiguiente a todos los tipos de ingreso, no solo debe explicar que el salario surge de la cantidad de trabajadores disponibles, sino también cómo surge el beneficio del empresario. Aplicando la misma lógica, el beneficio del empresario debería surgir de la cantidad de capital existente. Si hay poco capital disponible, la tasa de ganancia de los empresarios debería ser alta. Atención aquí: teniendo en cuenta que lo que determina el precio es la cantidad del factor, esta cantidad debe ser medida en alguna unidad. Si la cantidad de trabajo la podemos medir, por ejemplo, en horas-hombre, y la cantidad de tierras, por hectáreas, ¿cómo medimos el capital? El capital, algo hasta difícil de definir, es un “bien” sumamente heterogéneo. Es difícil encontrar un común denominador. Capital puede ser una fábrica, computadora, dinero en una cuenta bancaria y hasta un lápiz o un animal. Es fácil tentarse a pensar que, como no hay forma física de medirlo, simplemente bastaría con sumar lo único que tienen todos estos bienes en común: su precio. Pero, ¿con este ejercicio acaso no queríamos determinar el precio del capital?

Es aquí donde la matemática se transforma en un círculo vicioso. Pretendíamos determinar el precio del capital a través de su cantidad, pero para obtener su cantidad necesitamos su precio. Y, al no poder especificar la cantidad de capital tampoco podemos obtener el precio del trabajo (la escasez siempre es relativa). Es por esta razón que la teoría neoclásica no es apropiada para explicar la distribución del ingreso. Cuando se trata al capital de forma heterogénea (como realmente sucede en la realidad) los resultados son ambiguos, llegando incluso a concluir todo lo contrario: precios menores del capital resultan de pequeñas cantidades de este. Solamente un caso asegura el resultado marginalista: que solo exista un bien de capital en toda la economía (capital homogéneo). Esto es así porque el capital, a diferencia de la tierra y el trabajo, es un factor de producción producido, valga la redundancia. Dicha ambigüedad debilita el principio de sustitución factorial, necesario para concluir que los postulados marginalistas son efectivamente correctos.

Por esta razón, es más realista suponer lo obvio, algo que la economía política clásica sabía con contundencia: que los precios son “algo más complejo” y dependen de factores sociales, relaciones de poder o patrones de consumo. Simplificando, si el precio se compone del salario y la ganancia, estas dependen principalmente de las relaciones de fuerza entre empresarios y trabajadores; de cuánto poder tengan los sindicatos o los gremios empresariales (dado el producto y la tecnología). Desde esta visión, precios y cantidades no se determinan de forma simultánea, sino que se encuentran en diferentes dimensiones de análisis. Con esto no estamos afirmando que el precio cotidiano de un bien no varíe en lo absoluto en relación a las cantidades, sino que varían en relación a sus cantidades pero en torno a un promedio (un precio de largo plazo) que está determinado de forma exógena por los factores recién descritos. Esta diferenciación ya la hacían los economistas clásicos, como Adam Smith o David Ricardo, entre “precio normal” y “precio de mercado”.

Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con los camioneros? Pues, que el reclamo por una mayor participación en la torta no es algo que de manera “natural” pueda pensarse anómalamente, porque así lo dictaminan las fuerzas ineluctables del mercado. Como existe un salario mínimo, para asegurar cierta participación en el ingreso de parte de los trabajadores, también existen muchas formas de organización gremial y política que buscan asegurarse una porción de la torta, desde colegios de abogados hasta círculos de médicos y unión de industriales. ¿Es esto algo que impide el funcionamiento libre y eficaz del mecanismo de mercado? En lo absoluto. Es la única forma en la que funcionan las sociedades humanas, desde incluso antes del nacimiento del capitalismo. Separar analíticamente al mercado de todas las otras esferas sociales e institucionales o de la propia dinámica política, como si tuviese un funcionamiento propio e inalterable, nos hace caer en vicios y sesgos profundos. Si no está de acuerdo con todo lo expuesto hasta aquí, simplemente pruebe determinar el precio del capital en un mercado libre.

Por supuesto que este tipo de reclamos despierta ira y enfurecimiento en ciertos sectores de la sociedad. Esto es algo que, dicho sea de paso, también tenían en cuenta los economistas clásicos, que no separaban a la economía de la política: dada una torta o un ingreso fijo, necesariamente unos verán crecer sus ingresos a costa de que otros pierdan. La tasa de ganancia, con el producto y la tecnología dada, aumenta solo si el salario se contrae. Lo mismo ocurre con el costo del flete, si este aumenta necesariamente otros saldrán perdiendo porción del ingreso. Más que claro que los que salen perdiendo pueden no estar satisfechos con su nueva parte más pequeña. Es por esta razón que esto puede disparar un conflicto distributivo. Como afirmó Héctor Cristaldo, dirigente de la Unión de Gremios de la Producción (UGP), “la ley de fletes puede crear periodos inflacionarios…”. Suponiendo que esto sea verdad: no es la ley de fletes la que hipotéticamente hará subir los precios, sino los productores buscando recuperar su margen de ganancia y su porción del ingreso. La inflación es, por sobre todo, el resultado de reivindicaciones contrarias e inconsistentes sobre el producto.

Nuevamente, no intentamos posicionarnos aquí a favor de unos o de otros. Cada quien contará con sus propias simpatías y juzgará como justo aquello que crea que en efecto lo es. Nada de esto significa que los camioneros sean buenas personas y los productores malos. De lo que se trata es de la propia dinámica conflictiva de la sociedad. Es un marco analítico, no una posición moral. En conclusión, argumentar que los camioneros están mal en sus exigencias porque los precios se fijan solo por la oferta y la demanda posee una carga ideológica no menor. No hace falta ni siquiera tomar como cierto lo presentado en este artículo para darse cuenta. Dentro de la misma teoría neoclásica (con todos los defectos que acabamos de ver) se asume que el mercado no siempre funciona de manera eficiente (o fija correctamente los precios), pues para que lo haga debe cumplir muchos requisitos de competencia perfecta que no son para nada realistas. En teoría nadie debe tener poder sobre el precio, debe existir información completa, derechos de propiedad bien definidos y un sinfín de supuestos más. Supuestos que en definitiva… no pertenecen al planeta Tierra.

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