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Desarmando el relato libertario: cuatro mitos sobre la economía del Paraguay

Actualizado: 6 mar 2023



Por Joaquín Sostoa y Nelson Denis


Los autodenominados “libertarios” han ganado terreno en el debate público en los últimos años en el país. Aunque probablemente su presencia más notable sea en redes sociales (muchas veces a través de perfiles falsos o “trolls”), lo cierto es que su concurrencia transciende el mundillo virtual, constituyéndose en actores con cierto peso político socialmente ─al menos el suficiente para incidir en la discusión de algunos asuntos relevantes para el país, como el rol del Estado en la economía─. Su alcance pasa no solo por ocupar una porción (pequeña) de la programación habitual de medios de comunicación nacionales, tanto en prensa escrita como audiovisual, sino también por formar parte de movimientos dentro de las estructuras políticas partidarias más importantes del país: la Asociación Nacional Republicana y el Partido Liberal Radical Auténtico.

No pretendemos hacer en este artículo una radiografía sociológica en detalle de todas las variantes tanto filosóficas como políticas que puedan surgir al interior del universo libertario en Paraguay. Aunque sí resulta preciso hacer notar ciertas contradicciones que muchas veces emanan de su discurso a nivel social. Por lo general, la mayor parte de libertarios cargan consigo un discurso pesimista en torno a la economía del país, a la que ven como una auténtica república socialista soviética, totalmente contraria a los preceptos de la economía liberal de mercado.


Sin embargo también existe otra facción más pequeña que mira al país con buenos ojos, una apreciación que comparten con varios analistas internacionales y medios de comunicación extranjeros, que encuentran en la estabilidad macroeconómica del Paraguay una evidencia plausible de la superioridad del ideario liberal y un modelo a replicar por parte de países de la región acostumbrados a dosis grandes de intervencionismo estatista. Por supuesto, y más allá de estos desacuerdos, resultan claras las consonancias mantenidas en cuanto al desprecio casi absoluto que representa el Estado en la sociedad, el cual debe limitar sus funciones a una mínima expresión.


Con todo esto dicho, pasaremos a desentrañar la veracidad de cuatro afirmaciones que suelen esgrimirse en la discusión pública y que parten de algunas de estas dos visiones libertarias opuestas con respecto a la economía del país. Antes de que nos acusen de apelar a hombres de paja, aclaramos que algunas de las afirmaciones aquí descritas no cuentan con una alusión exacta que puedan hallarse públicamente en dichos de militantes libertarios reconocidos o formadores de opinión en medios comunicacionales, como Victor Pavón o Hugo Vera, por ejemplo. Algunas simplemente son argumentos recogidos que observamos se repiten constantemente en redes sociales por parte de internautas entusiastas, por lo que es preferible mantenerlas en términos impersonales. Ahora sí, que lluevan los tomates.


1° mito: “Paraguay es socialista”


Es frecuente el error de definir un modelo de producción simplemente por el tamaño o presencia que un Estado tiene en las relaciones económicas de un país. Así, una sociedad con un “gran” Estado que interviene en los asuntos de su economía sería socialista (o ¿comunista?), y otra con un Estado “pequeño”, que delega en su mayor parte dichos asuntos al libre arbitrio de la mano invisible del mercado, sería pues capitalista. Esta es la forma básica por la que definen ciertas corrientes liberales a los regímenes de producción vigentes en una sociedad. Hay desde luego algunos libertarios en el país que ven en el régimen de producción nacional una suerte de híbrido entre capitalismo y socialismo, o capitalismo y “mercantilismo” (sic) [1] . Sin embargo, tales afirmaciones, que de por sí parten de definiciones imprecisas de los términos utilizados (el mercantilismo no es un modo producción sino más bien un conjunto de ideas políticas y económicas aplicadas en un momento específico de la historia del capitalismo), no dan pie a un análisis teórico y empírico que permita verificar efectivamente qué sería un sistema híbrido de producción, por lo que no las tendremos en cuenta.


Algo más concreto sería, en cambio, afirmar que Paraguay posee una economía mixta, es decir una economía en donde la producción de bienes y servicios no es 100% estatal ni 100% privada, pero cabe aclarar que esto sucede en prácticamente todas las sociedades modernas [2], en las que sin embargo podemos distinguir sin muchas dificultades sus respectivos modos de producción. En palabras del Nobel de Economía Amartya Sen [3]:


«No hay ninguna economía en el mundo que no sea una economía mixta. En EUA hay muchas instituciones controladas por el gobierno, mientras en muchos países socialistas se está permitiendo la propiedad privada sobre la tierra. La cuestión es qué tipo de equilibrio existe y cuál es el papel del gobierno y del sector privado».


No hay duda aquí de que el tamaño de un Estado y los arreglos institucionales que éste impone en su relación con los mercados y los agentes económicos en general, son pautas importantes para comprender las singularidades y trayectorias históricas específicas recorridas por las economías capitalistas a lo largo y ancho del globo. Sin embargo, el tipo de institucionalidad que permite distinguir entre modelos de producción tiene en la magnitud del Estado un rol menos decisivo en términos conceptuales que el que le asignan los libertarios. Si bien hoy por hoy, desde nuestra visión, son los Estados modernos quienes en última instancia garantizan las distintas formas políticas y jurídicas en las que las sociedades planifican sus sistemas de producción (principalmente a través de leyes), un “modo de producción” se define, valga la redundancia, por la forma o el modo en que se produce. Este modo reviste una relación social, al ser la producción un proceso de carácter eminentemente social. De acuerdo con (Bhaduri, 1990):


«Históricamente cada sociedad se puede clasificar frente a las demás por las relaciones de producción que le son propias. Una economía esclavista se distingue de una industrial moderna debido principalmente a que las relaciones de producción entre esclavo y amo son distintas de las que se establecen entre un trabajador industrial y su patrón».


Por lo tanto, las relaciones sociales de producción distinguen a los diferentes modelos de producción. La relación social de producción en el capitalismo, patrón-asalariado, se basa en el principio de la propiedad privada de los medios de producción, y específicamente del capital. De este modo, estaríamos de acuerdo al decir que un rasgo distintivo del sistema capitalista es la existencia generalizada de los mercados. Por lo tanto, una característica de este sistema es la producción de mercancías, es decir, la producción de bienes para la venta en el mercado (con un precio) y no para uso directo. Resulta analíticamente una obviedad decir que este sistema de producción de mercancías por medio de mercancías requiere como condición necesaria la existencia de propiedad privada de factores productivos. Simplemente no tendría sentido comprar y vender bienes de primera necesidad si todos somos campesinos que lo producimos todo en nuestras respectivas tierras.


Pero sin duda, si hablamos de relaciones sociales, lo distintivo del capitalismo es el carácter mercantil que adquiere el trabajo. Al ser el productor capitalista propietario de los medios de producción, queda una gran masa de personas que solo posee su fuerza de trabajo para valerse en el mercado (donde se compran y venden mercancías). El trabajo adquiere también el carácter de mercancía por lo que tiene un precio y este precio es el salario. El salario no es el precio del trabajador (como podría entenderse en una sociedad esclavista) sino de los servicios temporales que éste presta. De esta manera, existe una separación entre los medios de producción y el trabajo. Sin embargo, el trabajo asalariado es una consecuencia y no una causa del modo de producción. Siguiendo con Bhaduri (ídem):


«Una sociedad campesina auto empleada sería diferente, allí cada uno es dueño de la tierra que trabaja. La propiedad de los medios de producción, la tierra y los instrumentos, recae en el campesino, y no se puede definir una estructura de clases basada en la propiedad de los medios de producción, aunque algunos campesinos puedan ser más ricos que otros por poseer lotes de tierras más fértiles o de mayor extensión (…) Se puede pensar también en una sociedad tribal, donde la propiedad de la tierra es comunal. Aun cuando los miembros de la tribu en lo individual tienen derecho a usar la tierra que les asigna la comunidad, no tienen derecho a poseerla en el mismo sentido de la propiedad capitalista».


Por otro lado, la contrapartida del trabajo asalariado es el capital. Al capital lo podemos entender como medios de producción producidos o como dinero acumulado. Pero entendiendo al capital dentro de un sistema de relaciones sociales de producción, los medios de producción solo se vuelven capital cuando: 1) se separan del trabajo asalariado y 2) generan ingresos, es decir, ganancias para quienes lo poseen. Las ganancias se justifican enteramente por el derecho de propiedad sobre los medios de producción.


Que no se mal entienda, en absolutamente todos los sistemas sociales de producción se utiliza trabajo y medios de producción producidos (así como recursos naturales), pero solo en el capitalismo los trabajadores reciben un salario por vender los servicios de su trabajo y los capitalistas un ingreso por la mera posesión de dichos medios. Por ejemplo, en un sistema donde el campesino utiliza sus medios y su trabajo para producir es imposible distinguir entre renta y salario como diferentes categorías, así como en una sociedad tribal sería difícil percibir una renta por la tierra cuando es de propiedad comunal.


En suma, el capitalismo es un sistema de producción caracterizado por la separación entre la propiedad de los medios de producción y el trabajo. Al realizarse esta separación, como consecuencia, la producción está destinada casi enteramente al mercado, así como los insumos y el trabajo asalariado necesario para concretarse. Como resultado de la producción se generan ingresos con poder de compra, salarios por el tiempo de trabajo vendido al propietario del capital y ganancias por el derecho de propiedad sobre el capital. Esta relación social crea clases sociales, con sus respectivos ingresos a partir de sus propiedades, un hecho no reconocido por los acólitos libertarios dadas sus implicancias sociopolíticas: el capitalismo es solamente posible si unos aceptan las reglas de un juego en el que otros salen mayormente ganando en términos distributivos.


En el siglo XXI, no hay país en el mundo que no adopte este modo de producción (con excepciones insignificantes, claro está). En nuestro caso particular, que es el que aquí nos propusimos analizar, solo bastar con observar la distribución factorial del ingreso (o el Producto Interno Bruto desde el lado del ingreso) elaborada por el Banco Central del Paraguay (BCP). Esto es, la cantidad de ingresos generados en la producción por la propiedad de cada factor de producción, que en nuestro análisis son el capital y el trabajo.


Gráfico 1. Distribución factorial del ingreso entre Remuneraciones y Excedente Bruto de Explotación del Paraguay (2008-2021)

Fuente: elaboración propia con base en datos del BCP


De acuerdo con este gráfico, los ingresos en su mayoría en Paraguay se clasifican en remuneraciones y excedente de explotación, que no son otra cosa que salarios y ganancias. En promedio, desde 2008 a 2021, los salarios y ganancias generados en la producción alcanzaron 75% del PIB. La masa salarial ocupó en promedio el 31% y el total de los beneficios el 45%. Es en verdad una perogrullada decir que el modo de producción que rige en el país es capitalista. Pero tampoco deja de ser cierto que estos datos empíricos que presentamos como prueba “irrefutable” de dicha afirmación, solo sirven a los efectos de la concepción de capitalismo que describimos anteriormente.


Lo cierto es que si nos basáramos en la idea de capitalismo que tienen los libertarios, probablemente ningún país del mundo pasaría la prueba del “liberalómetro”, ya que en todos estos el Estado cumple un papel central a la hora de determinar el rumbo socioeconómico, sea a través de políticas macroeconómicas o la hora de intermediar en conflictos puntuales de mucho revuelo en la opinión pública, incluso en economías frecuentemente tildadas de “liberales”, lo cual muestra a su vez la confusión conceptual y teórica encarnada en muchos de sus referentes que acusan peyorativamente de socialismo a cualquier actitud o consigna política que implique que el Estado “haga cosas”, lisa y llanamente. Dicho de manera más simple: si todo es socialismo, nada puede ser socialismo. De algo podemos estar seguro: el capitalismo que tienen en su mente la mayoría de los seguidores de la doctrina libertaria, solo puede residir ahí y únicamente ahí, atrapado tras las ilusorias rejas que separan al mundo de las ideas del mundo material.


2° mito: “El Estado es muy grande”


Esta afirmación es una de las más difundidas en Paraguay, probablemente incluso mucho antes de que exista algo siquiera parecido a un “movimiento” político libertario. Relacionada directamente con el mito acerca del modo de producción que rige en la economía, dicha aserción tiene como propósito dar con una explicación del grado de desarrollo económico existente acorde con la visión pesimista liberal que ve en la sociedad paraguaya un paraje colectivista desolador. Al fin y al cabo, si no existe capitalismo como tal lo único en que puede derivar una economía como la de Paraguay es en pobreza, corrupción, desempleo, falta de recursos y todos los males posibles que trae consigo la presencia de cualquier tipo de germen socialista (que aparentemente existe en muchos de nuestros gobernantes y hacedores de políticas públicas). Y la culpa de que no exista un desarrollo próspero que eleve el nivel de vida de la población en general es, claro está, un Estado gigante que constriñe a la libre empresa capitalista.


¿Cómo podemos saber si un Estado es grande o pequeño? Este es un problema metodológico amplio, en el que pueden plantearse desde la cantidad existente de ministerios o secretarías de un gobierno, hasta el número de empresas públicas o el nivel de ingresos percibido por el fisco en relación al producto. Por lo general, lo que se hace es medir el tamaño económico por la participación en el PIB del gasto que efectúa el Estado. Como dijimos en el apartado anterior, hoy el mundo se rige por un sistema de mercado, por lo que es muy difícil encontrar un país en que el Estado efectivice un gasto igual al 100% del PIB. De la misma manera, tampoco existe sociedad alguna en que este gasto sea del 0% (Somalia es lo más cercano al 0% y suponemos que nadie querría vivir allí por más liberal que se diga).


Si tomamos los datos del Banco Mundial y nos fijamos en el gasto público como % del PIB (del Gobierno central) de todos los países para los cuales hay información disponible en los últimos años (seleccionamos 2015-2019) y los ordenamos de mayor a menor, nos encontraremos con que de los 128 países Paraguay se encuentra en el puesto 105°, con un gasto público promedio de alrededor del 15,7% del PIB (Gráfico 2). Siendo el más alto Nauru (89,6%), el más bajo Somalia (0,00018%) y el promedio del mundo de 27%. Es de notar que Paraguay no solo se encuentra en la mitad de tabla para abajo, sino que está entre los últimos puestos, por lo que se infiere que el gasto público del país es realmente bajo a comparación mundial. Planteado de esta forma, pareciera difícil sostener que Paraguay posee un Estado grande que interviene “mucho” en la economía mercantil.


Gráfico 2. Gasto Público como porcentaje del PIB (Promedio 2015-2019)

Fuente: elaboración propia con base en datos del Banco Mundial.


Un ejercicio semejante a la hora de “medir” un Estado es el de contabilizar la cantidad de funcionarios que trabajan en el sector público y comparar este dato a nivel mundial (tema controvertido en la opinión pública del país si los hay, independientemente de la perorata libertaria). Si el Paraguay fuese un paraíso socialista con un Estado elefantiásico, el total o al menos una gran mayoría de los trabajadores totales serían dependientes de este sector. Pero según datos proveídos por la OIT (Organización Internacional del Trabajo) solo 343.604 personas trabajan en el sector público en el país, de un total de 3.385.793 ocupados, lo que representa nada más que el 10% de la población económicamente activa. De un ranking de 66 países, para los cuales la OIT posee datos actualizados al 2019, Paraguay se encuentra en el puesto 40° (Gráfico 3). De vuelta, la afirmación de que el Estado paraguayo posee un tamaño desmedido pareciera disolverse desde el momento en que no llega ni a la media mundial.


Gráfico 3. Participación del empleo público en el empleo total (2019)

Fuente: elaboración propia con base en datos de la Organización Internacional del Trabajo.


Hasta aquí, desde luego, el mito queda más que enterrado, sin embargo las voces libertarias seguirán insistiendo en su prédica de “achicar” el Estado, sea a través de reducir el gasto público o despidiendo trabajadores estatales. Así que imaginemos algo, solo con el propósito de desmenuzar lo más que podamos la lógica subyacente del recetario en cuestión: supongamos que en efecto el Estado paraguayo es enorme y que esta es la causa de que la economía no se bañe en las mieles del capitalismo, ¿ello quiere decir que aquellas economías que sí lo hacen y hoy día se posicionan en lo más alto de la pirámide del desarrollo, tienen efectivamente Estados minúsculos que solo hacen uso de su maquinaria represiva en asuntos puntuales como la seguridad o el sistema de justicia? [4]. Para ser bien precisos, ¿los países con menor gasto público y número de trabajadores en la función pública, son más desarrollados? A menor gasto público y menos funcionarios, ¿mayor es el desarrollo? Sin complejizar demasiado el asunto (cosa siempre posible cuando hablamos de hallar causalidades), la evidencia no parece sugerir esa hipótesis, sino más bien la contraria.


Gráfico 4. Gasto público como % del PIB y PIB per cápita.

Fuente: elaboración propia con base en datos del Banco Mundial.


Si observamos el gráfico 4, que relaciona el PIB per cápita del 2018 con el Gasto Público como % del PIB, podremos notar que la relación es ligeramente positiva, por lo que gráficamente, a mayor gasto público, mayor ingreso por habitante, es decir mayor crecimiento y desarrollo. La relación se vuelve menos ligera si omitimos los datos atípicos, que suelen ser islas o ciudades Estados con una pequeña cantidad de habitantes y algunas actividades extractivas de exportación (Gráfico 5).


Gráfico 5. Gasto Público como porcentaje del PIB y PIB per cápita.

Fuente: elaboración propia con base en datos del Banco Mundial. Países atípicos filtrados: Emiratos Árabes Unidos, Singapur, Macao, Nauru, Kiribati, Islas Marshall, Timor Leste.


En el Gráfico 6, que relaciona el % de empleados públicos con el PIB per cápita, de la misma manera no encontramos relación alguna que nos indique que los países con menor % de empleados públicos tienen necesariamente un mayor PIB per cápita. Por lo tanto, culpar a la cantidad de empleados públicos (que no son muchos comparativamente) del grado de (sub)desarrollo de la economía tampoco pareciera ser una opinión muy razonable ni consistente.


Gráfico 6. Empleados públicos como porcentaje del empleo total y PIB per cápita (2019).

Fuente: elaboración propia con base en datos de OIT y Banco Mundial


Desde luego no queremos dar a entender aquí que la causa o la solución para los países en vías de desarrollo sea aumentar el gasto público así sin más ni contratar la mayor cantidad de empleados públicos posibles, pero lo que sí es verdad es que, en promedio, los países relativamente más desarrollados poseen un mayor gasto público como proporción de su propio producto y no tienen necesariamente una pequeña participación de funcionarios públicos en los empleados totales.


En cuanto al gasto público, técnicamente, si tomamos las cuatro categorías de ingreso que confecciona el Banco Mundial, a medida que un país va ascendiendo a ligas de ingreso más altas la participación del gasto público en la economía se expande (Cuadro 1). De esta manera, el promedio de los países de altos ingresos es de 33,42%, en contraste con los de bajos ingresos (13,64%). De los 47 países de altos ingresos solo 7 poseen un gasto público menor al 20%. Mientras que de los 13 países de ingresos bajos 11 presentan un gasto menor a 20%.


Cuadro 1. Gasto público como % del PIB según categoría de ingresos para 128 países.

Fuente: Elaboración propia con base en datos del Banco Mundial.


Lo mismo se aplica a la “clase media” del globo. De los 34 países que componen la clase media alta solo 8 tienen un gasto público menor al 20%. En la clase media baja, de 32 países, son 17 los que poseen un gasto menor al mencionado. Por otra parte, si cruzamos los datos obtenidos de empleo público y PIB per cápita por países para el año 2019 (Gráfico 6), como dijimos no hay una relación entre dichas variables a priori, por lo que disminuir la cantidad de funcionarios públicos tampoco es una receta para el éxito, de hecho nunca lo fue.


3° mito: “Tenemos muchos impuestos”


Otro de los mitos de la “visión pesimista” de los libertarios hace énfasis en el régimen impositivo del país. Según este relato, el Estado paraguayo estaría ahogando al sector privado a base de impuestos. Los tan cuantiosos tributos no dejarían prosperar a los emprendedores, por lo que de nuevo, el desarrollo del país se vería truncado. Es lógico que si ya leyó el apartado anterior de este artículo no le sea muy creíble el hecho de que en Paraguay los impuestos sean muy altos o haya una gran recaudación, debido a que el gasto público es relativamente bajo. Pero es que por donde se lo mire esta afirmación es insostenible. En el 2019, la recaudación impositiva del país como % del PIB (presión tributaria) alcanzó apenas 9,9%. Esto situaría a Paraguay entre los 20 países con menor presión tributaria en el mundo, según datos del Banco Mundial. Si nos fijamos en el ranking de 129° países para los cuales esta institución tiene datos de su presión tributaria para 2019, nos encontramos con que Paraguay ocupa el puesto 114°. En el Gráfico 7 se puede comprobar cómo se encuentra muy abajo en la tabla (la línea marcada en rojo).


Gráfico 7. Recaudación impositiva como % del PIB (2019).

Fuente: elaboración propia con base en datos del Banco Mundial.



Existe también otro indicador al que suelen apelar los libertarios para fundamentar este mito, que merece un breve comentario: el llamado índice de “esfuerzo fiscal” (o índice de Frank). Este indicador se confecciona dividiendo la presión tributaria (Recaudación/PIB) por el PIB per cápita, y es utilizado con frecuencia como contraargumento ante la apabullante evidencia que sugiere que en realidad pagamos muy pocos impuestos. Dicen los militantes libertarios: la presión fiscal no es relevante, lo que importa es el esfuerzo fiscal, que es lo que demuestra efectivamente el peso de la carga tributaria sobre los ingresos del ciudadano de a pie.


Para empezar, ningún académico ni institución reconoce la validez/utilidad de este índice y las críticas sobran incluso por parte de otros liberales. La razón principal, entre otras, es la siguiente: simplemente no tiene uso comparativo entre sistemas tributarios. De hecho, curiosamente, este índice pareciera favorecer implícitamente a quienes defienden un aumento en la progresividad impositiva (más impuestos para los ricos) que para quienes deseen una bajada general de los mismos, ya que lo que supone es que a mayores ingresos, el esfuerzo de pagar tributos disminuye.


Pero si por alguna razón se quisiera utilizar este indicador para afirmar que Paraguay tiene altos impuestos, como sugieren los libertarios, pues lamentamos decir que incluso así tal aseveración carecerá de respaldo, ya que el esfuerzo fiscal de Paraguay en realidad no es alto. De 129 países para los cuales calculamos su esfuerzo fiscal, Paraguay se encuentra en el puesto 74° (Gráfico 8). Así es como Dinamarca (83°) o Finlandia (108°), países reconocidos por sus altas tasas impositivas, terminan haciendo un “sacrificio” menor por pagar sus impuestos (debido a sus rentas per cápita altas). Y es que cualquier país con altos ingresos probablemente termine haciendo un sacrificio menor y uno de bajos ingresos uno mayor, sea cual sea su recaudación impositiva, lo cual deja al descubierto otra de las falencias de este índice: su inequívoca y manifiesta previsibilidad. Así es como de los 13 países de ingresos bajos que tenemos en el ranking, 11 están en el top 30 de mayor esfuerzo fiscal (como Etiopía apenas con una presión fiscal del 6%).


Gráfico 8. Ranking de esfuerzo fiscal por país (2019)

Fuente: Elaboración propia con base en datos del Banco Mundial.


Por lo tanto, debe quedar muy claro que la presión impositiva en Paraguay está muy lejos de ser alta. Y que, al contrario, está entre las más bajas del mundo. Ni las tasas impositivas ni la renta con la que se queda el Estado paraguayo son significativas. Este hecho, más que de festejo debe ser de alerta, pues difícilmente un país pueda desarrollarse sin un Estado con capacidades, que le permita mantener el orden, su presencia territorial, hacer inversiones en sectores estratégicos, como en infraestructura, tecnología y educación.


4°mito: “Paraguay es atractivo para empresarios extranjeros”


Este último mito contraría a los anteriores en el sentido de que parte de aquella facción más optimista de libertarios en el país que mencionamos al principio. Liberal en sus fundamentos, quizá no tan radical políticamente, este grupúsculo se diferencia de los primeros por su carácter fuertemente “pro-sistema”, en el sentido de que no intenta subvertir las bases del orden institucional ni realizar una crítica demoledora con respecto al rumbo adoptado por las élites políticas y económicas del país sino, al menos hasta cierto punto, lo contrario (dejando de lado algún reproche puntual con respecto a los gobernantes de turno). Quizá por esta razón, no sería raro encontrar a muchos de estos en partidos políticos tradicionales, aunque con un peso muy reducido.


Sea el caso que sea, pues sociológicamente es muy difícil identificarlos, este mito en particular pareciera abonar cierta veracidad a la división propuesta entre pesimistas y optimistas, ya que condensa relativamente bien el imaginario de los segundos en contraste con los primeros. Así las cosas, Paraguay no solo no es socialista sino que es un modelo ejemplar de capitalismo liberal, fruto precisamente de abrazar todo lo que los pesimistas suponen no existe en el país: un Estado mínimo con pocas intervenciones en la economía, gasto público y presión fiscal reducidas (salvo la cantidad de empleados públicos, afirmación en la que muy probablemente haya acuerdos). La prueba más importante de ello es el interés mostrado por empresarios extranjeros deseosos de hacer usufructo de la estabilidad macro conseguida tras años de políticas “prudentes”. Pero como señala un economista argentino de cabello excéntrico citando a Milton Friedman: “primero los datos”. Veamos.


Gráfico 9. Promedio de entrada neta de Inversión Extranjera Directa (IED) como % del PIB para países seleccionados de América del Sur (2016-2021).

Fuente: Elaboración propia con base en datos del Banco Mundial.


El Gráfico 9 corresponde a la entrada promedio de IED neta como % del PIB para algunos países de Sudamérica durante el periodo 2016-2021. Como se ve en el gráfico, Colombia y Chile se encuentran a la cabeza de países regionales con mayor IED, con 3,78% y 3,61% como porcentaje de sus PIB respectivamente, mientras que Paraguay se ubica entre los promedios más bajos de la región con un 0,76%, solo superado por Bolivia cuya IED representa tan solo 0,25% en relación a su producto.


Dos cosas a resaltar: 1) resulta como mínimo irónico que las autoridades políticas del país suelan hacer propaganda de los bajos impuestos de la economía como elemento de atracción de capitales foráneos, cuando en realidad los números no parecieran abonar a esta tesis; incluso teniendo bajos impuestos el país continúa siendo uno de los que perciben menor entrada de dichos capitales en términos netos a nivel regional; 2) a pesar de la mala prensa que suelen tener países como Brasil y Argentina en la boca de gran parte de los formadores de opinión y académicos de renombre en el país, siguen siendo de mayor atractivo para empresarios extranjeros a diferencia del “oasis” liberal que representa Paraguay en la región.


Hasta aquí, solo resta concluir con una última y breve caracterización acerca de la economía del país, al menos una más realista que la ofrecida por las distintas corrientes liberales vernáculas. Como dijimos, Paraguay posee en efecto una economía capitalista, sin embargo no existe un destino único para el cual el capitalismo deba ajustarse, sino más bien una multiplicidad de formas o “variedades”, de las cuales la versión (neo)liberal, hoy hegemónica en gran parte del mundo occidental, es solo una de ellas (Palley, 2022). En otras palabras, capitalismo no es sinónimo per se de progreso ni de desarrollo, en tanto existen países muy ricos y muy pobres que bien podrían entran en dicha categoría.


Ni infierno socialista ni paraíso capitalista: el caso de Paraguay corresponde al de esa gran mayoría de naciones pobres de bajos ingresos dedicada principalmente a la exportación de materias primas como una de sus fuentes principales de crecimiento y que nunca en su historia tuvo el lujo de converger con aquellas más ricas (y quizás nunca lo haga), extensamente industrializadas y de alto contenido tecnológico en sus procesos de producción. Para que ello suceda, es prioritario abandonar todo tipo de precepto liberal. En ese sentido, es cierto que el país tuvo durante cierto tiempo una trayectoria relativamente accidentada en lo que respecta a su relación Estado/mercado, en la que por momentos el Estado tuvo decidida preponderancia en los asuntos económicos (Gómez, 2006), para terminar mostrando hoy por hoy la que sea probablemente su faceta liberal más acabada, todo sin haber abandonado nunca un mismo modo de producir.


Para fortuna de la sociedad toda, los libertarios, que se suponen el ala más radical de los liberalismos existentes, no tienen incidencia política real en los grandes asuntos de la economía, aunque sí cumplen una función social, de la que posiblemente no estén si quiera al tanto: fungir como “vara” de lo que es políticamente aceptable para las clases dominantes del país asociadas con el poder político. Las clases dominantes del Paraguay nunca fueron grandes admiradoras del Estado claro está, sin embargo a la hora de defender sus intereses necesitan de un Estado que no se torne reactivo frente a estas, al ser el único agente con capacidad real de veto, por lo que extender la ideología anti-estatista al resto de la sociedad se torna imperioso. A las clases dominantes no les interesa el desarrollo de la economía, su mentalidad cortoplacista les inhibe pensar más allá de toda racionalidad que no sea la de la inmediatez de sus negocios.


Mostrar el rostro más extremo de la ideología anti-estatista supone que aquel más “moderado” es el que tiene más chance de penetrar en una sociedad que, a pesar de compartir hasta cierto punto esa misma ideología, en el fondo se muestra necesitada de un Estado fuerte con capacidad de cumplir sus demandas, a través de políticas y programas sociales en el corto plazo y con desarrollo productivo que genere mayores ingresos para la población en el largo. El capitalismo solo muestras sus frutos para aquellos que realmente entienden sus fundamentos. Emerge entonces desde las sombras la figura alargada de un economista británico, padre fundador de la macroeconomía moderna y arquitecto intelectual de los Estados de la post-segunda guerra mundial. John es su nombre y Keynes su apellido.


Notas


1. Esta idea fue planteada, hasta donde sabemos, solamente por el comentarista de ABC Color y dirigente libertario Victor Pavón.

2. Incluso países abiertamente socialistas como Cuba admiten la existencia de propiedad privada en algunos rubros muy específicos de sus economías. Por supuesto, solo a través de un control férreo desde el Estado y mucha burocracia de por medio.



4. Según algunos libertarios, estas son las funciones básicas que debiera adoptar todo Estado.


Bibliografía


Bhaduri, A. (1990). Macroeconomía. La dinámica de la producción de mercancías. México: Fondo de Cultura Económica.


Gómez, C. (2006) “El Estado paraguayo y el mercado” (1870-2005), Revista de estudios paraguayos, vol. XXIV, pp. 09-56.


Palley, T. (2022) “Theorizing varieties of capitalism: Economics and the fallacy that ‘there is no alternative (TINA),’” Review of Keynesian Economics, 10(2), pp. 129–166.


Fuente imagen de portada: Liberales libertarios Paraguay (Facebook)


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