Este artículo se publicó originalmente en dos partes (Parte 1 y Parte 2) en el diario “El Trueno” con el título “¿Por qué para los economistas locales todo es inflacionario?” en octubre del 2020.
Por Joaquín Sostoa y Rubén Alderete
Para la mayoría de economistas paraguayos todo gasto que el Estado realiza es susceptible de ser inflacionario. Hoy día, el fenómeno inflacionario se ha convertido en el gran cuco que sueltan muchos analistas para justificar distintas medidas de política económica, principalmente ajustes fiscales o la venta de activos públicos. Podemos ejemplificar esto de la siguiente manera. En algunas entrevistas de meses anteriores el economista y ex Ministro de Hacienda, Manuel Ferreira, afirmó que financiar el déficit público con emisión monetaria podría ser inflacionario, por lo que dio a entender que la única opción económicamente viable era la deuda externa [1]. En una opinión reciente el ex funcionario de Hacienda da a entender que ─y contrario a lo que había afirmado previamente─, debido al crecimiento de la deuda, si el gobierno no realiza un recorte fiscal, la consecuencia inexorable será el aumento inflacionario [2].
Es común que economistas caigan en contradicciones de este tipo, ya que al señalar como causa de la inflación a hechos tan amplios como la “emisión monetaria”, “la deuda” o “el déficit fiscal”, se pierde el sentido de lo que se está queriendo decir, entonces por momentos parecieran sugerir que toda acción financiera llevada a cabo por el Estado es en sí misma motivo de alarma para aquellos preocupados por la inflación. Echemos un poco de claridad conceptual al asunto: cuando académicos u analistas en general echan culpas en variables de este tipo como causantes de la inflación, lo que están indicando en realidad es que por estas vías la economía está sufriendo un “exceso de demanda agregada”, lo que significa básicamente que la capacidad de producción del país (oferta) no está en igualdad de condiciones con respecto a lo que su sociedad está dispuesta a adquirir en términos de bienes y servicios (demanda). Este es el único mecanismo de transmisión consistente con la propia teoría del grueso de los economistas locales, más allá de si éste haya sido generado vía emisión, deuda externa o solo el aumento del gasto público como proporción del PIB, sin ningún tipo de “desequilibrio fiscal”. Es por dicho mecanismo de transmisión que cualquier posible aumento de la demanda en general, casi sin importar el contexto u otras variables, suele ser utilizado como argumento para justificar distintas medidas de política económica.
En este artículo veremos cómo la teoría neoclásica o marginalista, adoptada por la mayoría de estos economistas, puede explicar la inflación. También, mostraremos algunas condiciones o supuestos sumamente restringidos que deben cumplirse para aceptar sus explicaciones como válidas. Finalmente, brindaremos una breve explicación alternativa del fenómeno inflacionario, teniendo en cuenta las críticas y las complicaciones de la teoría neoclásica.
La inflación y las explicaciones ortodoxas
Para empezar, una teoría de la inflación debe establecer mecanismos de transmisión. Cómo es que una variable (o varias) puede impactar en el comportamiento de las decisiones de fijación de precios de manera general de las empresas de una economía. El único mecanismo completamente consistente con la teoría neoclásica, dijimos, es el exceso de demanda agregada sobre la oferta agregada.
La corriente principal posee diversas ramificaciones. La tradición explicativa más popular de la inflación dentro de la corriente principal “neoclásica” en economía, se remonta a lo que conocemos como “monetarismo”. El monetarismo, cuyo mayor exponente fue Milton Friedman, surgió en reacción al neo-keynesianismo (síntesis neoclásica-keynesiana) tras la segunda Guerra Mundial. La síntesis neo-keynesiana gozó de gran influencia política y popularidad hasta mediados de la década de 1970.
Esta última escuela, la neo-keynesiana (también dentro de la corriente principal), promulgaba el manejo de la demanda agregada principalmente a través de herramientas fiscales, con el objetivo de mantener el pleno empleo de la capacidad productiva y la fuerza de trabajo, al menos, en teoría, a corto plazo. Dichas conclusiones tuvieron cabida debido al principio de demanda efectiva, que planteaba, entre otras cosas, que no existía ninguna tendencia natural del sistema hacia el pleno empleo, es decir, no porque dejemos a las fuerzas del mercado actuar libremente éstas ajustarán los factores vía el sistema de precios hasta que todos estén empleados. El problema del empleo se vuelve un problema de insuficiencia de demanda efectiva, no de imperfecciones en el mercado de trabajo. En suma, existía el consenso de que el Estado poseía la capacidad para aumentar la producción y, por consiguiente, el empleo de la economía. El aumento del gasto podría generar “efectos reales” en la economía.
Intentando debatir con estas ideas, Milton Friedman trató de neutralizar teóricamente dicho “efecto real”, utilizando para tal fin modelos “pre-keynesianos”. Estas concepciones retomaban en la teoría neoclásica inicial de finales del siglo XIX, donde la oferta vuelve a cumplir el papel preponderante, y el sistema solo debe ser dejado a su libre albedrío para generar el máximo empleo posible. Dentro de este marco teórico, la única causa del desempleo solo se encuentra en la presencia de “rigideces” u obstáculos en el sistema de precios, como impuestos, regulaciones o legislación laboral, como así también la presencia de sindicatos. Para el monetarismo, entonces, eliminando este tipo de “imperfecciones artificiales”, generalmente relacionadas a la presencia del Estado y sus instituciones, lograríamos vivir en el mejor de los mundos posibles.
También, el pensamiento de Friedman poseía una gran influencia de Knut Wicksell, economista sueco neoclásico de finales del siglo XIX. Wicksell postulaba la existencia de una “tasa natural de interés”, es decir, una tasa de interés que equilibraba la oferta y la demanda de ahorro o capitales, y que era consistente con el pleno empleo de la economía. Si el Banco Central estipulaba una tasa de interés efectiva por debajo de esta tasa de interés natural, el gasto aumentaría debido a que un precio más bajo del capital generaría un exceso de “préstamos” (por ejemplificarlo de alguna manera) en relación al ahorro acumulado en la economía (los fondos prestables). Como para los neoclásicos la economía se encuentra normalmente en pleno empleo, el exceso de créditos aumentaría la demanda agregada, pero esta última solo aumentaría los precios debido a que, en una situación de capacidad completamente utilizada, es imposible aumentar la producción. Por lo tanto, en pleno empleo la respuesta a un aumento de la demanda global es más inflación, no más crecimiento.
El lector un poco adentrado en estas discusiones se percatará que en todas estas teorías neoclásicas existe la tendencia natural al pleno empleo. Friedman, entre otros, realiza una pequeña variante y teoriza lo que podemos llamar “el gemelo malvado” de la tasa natural de interés, es decir, la “tasa natural de desempleo” (Tasa de desempleo no aceleradora de la inflación o NAIRU por sus siglas en inglés). Utilizando la misma lógica, en este modelo existe una tasa de desempleo natural en el sistema hacia la cual la economía tiende por sí sola. Dichos desempleados naturales no son más que “desempleados voluntarios”. Cualquier nivel de desempleo menor a la tasa de desempleo natural solo aumentaría la inflación. Por lo tanto, debe existir un nivel de gasto consistente con dicha tasa natural.
Dicho esto, podemos entender a qué se debe la creencia de que todo aumento del gasto o de la “oferta monetaria” genere un aumento generalizado en el nivel de precios. Si tomamos la versión estándar y popular de la teoría cuantitativa del dinero de Friedman en la que solo las variaciones en la masa monetaria (M) modifican la variación del nivel de precios (P) es decir, la inflación (la identidad contable de la teoría cuantitativa puede describirse como: Masa Monetaria (M) x Velocidad del dinero (V) = Nivel de Precios (P) x Producción(Y)), podemos dar cuenta de que un aumento en M (masa monetaria) siempre aumentará P (nivel de precios), porque suponemos que Y (la producción) siempre es de pleno empleo (constante) y V (la velocidad del dinero) es una constante. Por lo tanto, en la identidad contable encontrada entre paréntesis la inflación solo se modificará ante cambios en la masa monetaria, debido a que la producción es de pleno empleo y la velocidad del dinero es constante.
De todas formas, siendo justos con Friedman, éste no postulaba que en todo momento un aumento del gasto (o de la masa monetaria) podría solo generar inflación. De acuerdo con este economista, existía un “corto plazo” en el que el aumento del gasto podría también aumentar el nivel de empleo. Si, por ejemplo, nos encontramos en una situación en la que el nivel de desempleo es igual a la tasa natural y el gobierno efectúa una política fiscal expansiva para aumentar el empleo, la tasa de desempleo bajaría por debajo de la tasa natural, pero los precios también subirían después de un tiempo, por lo que los nuevos trabajadores empleados se darían cuenta que perdieron poder adquisitivo y dejarían de nuevo sus empleos. Sufrieron una “ilusión monetaria”. Por lo tanto, el desempleo volvería a su nivel natural, pero a diferencia del escenario inicial, nos quedaríamos con un mayor nivel de inflación. En suma, cualquier intervención del Estado para aumentar el empleo, terminaría eventualmente en un inútil intento cuya consecuencia sería el aumento de la inflación.
Fueron los teóricos (también neoclásicos) de las expectativas racionales (como Robert Lucas, también llamados Nueva Macroeconomía Clásica o Nuevos Clásicos) los que llevaron al extremo las ideas de Friedman y eliminaron ese corto plazo donde la política fiscal podría tener también algún efecto en el empleo. Para esta corriente del marginalismo, cualquier intento del Estado por reducir el desempleo terminaría inexorablemente en un aumento de la inflación, sin ningún corto plazo donde el desempleo disminuya ni por una “ilusión monetaria”. Bajo este engranaje teórico, no hay nada que podamos hacer más que dejar actuar a la oferta y la demanda en el mercado de trabajo libremente. Esto también incluye eliminar las restricciones que molesten a su libre funcionamiento. El remedio se vuelve peor que la enfermedad.
Los Nuevos Keynesianos (como Krugman o Stiglitz, usted seguro ha escuchado hablar de ellos) no se quedaron de brazos cruzados y debatieron contra esta vertiente “ultra ortodoxa” de la economía neoclásica. Pero, al fin y al cabo, no supusieron una ruptura con esta corriente y terminaron aceptando varios de sus planteamientos, como la tasa natural de interés o de desempleo. Siguiendo a (Vernengo, 2011), la diferencia es que algunos hacen hincapié en los principios neoclásicos a largo plazo (Nuevos Clásicos) y otros en la rigidez (o como vimos, restricciones) a corto plazo (Neo-keynesianos). En otras palabras, para ambas escuelas el sistema teórico neoclásico es válido (la tendencia al pleno empleo) solo que los neo-keynesianos intentan teorizar fallas de mercado o imperfecciones en el sistema neoclásico, que, en última instancia, justifican intervenciones públicas para corregir dichas fallas en el corto plazo.
Ambas vertientes dentro de la corriente principal terminaron sintetizándose en lo que conocemos como Nuevo Consenso Macroeconómico (NCM), del cual uno de sus máximos exponentes es el francés Olivier Blanchard. La gran propuesta de “metas de Inflación” fruto de este consenso nos es de ayuda para entender cómo actualmente los economistas ortodoxos ven el fenómeno inflacionario. Sin ánimos de ir más lejos de lo ya expuesto, la idea básica detrás de las metas de inflación se encuentra en un modelo que ya vimos: la tasa de interés natural de Wicksell. Pero así también fue reformulada con la teoría de la tasa natural de desempleo.
Un Banco Central (BC) debe ser “independiente” (blindado de presiones políticas), para colocar la tasa de interés efectiva en el nivel de la tasa natural de interés. Este posicionamiento de la tasa de interés generaría el nivel de gasto correspondiente con la tasa de desempleo natural, tasa que no acelera la inflación (NAIRU). A diferencia de la teoría de Friedman, en este modelo la variable a controlar por el BC es la tasa de interés y no la masa monetaria. La cantidad de dinero en la economía se ajusta a dicha tasa de interés. El monetarismo abandonó los controles de masa monetaria porque es imposible controlar dicha variable de manera directa. Como afirmó Gerald Bouey, expresidente del Banco Central de Canadá: “Nosotros no abandonamos a las metas monetarias: ellas nos abandonaron a nosotros”.
Por lo tanto, la inflación vuelve a ser explicada por el lado de la demanda, en situaciones de tendencia hacia un pleno empleo (o variaciones de este). También la teoría carga con otros supuestos importantes, entre los cuales nos parece categórico citar los siguientes. El primero: que los shocks de costos (aumentos o disminuciones bruscas en los costos de las empresas) son aleatorios, causados, por ejemplo, por cosechas agrícolas abundantes o excepcionalmente bajas. Por lo tanto, cualquier shock de oferta (salarios, tarifas, tipo de cambio) tiene media cero, lo que significa que en largos periodos los efectos positivos y negativos se cancelan. En caso de un shock de oferta, lo más probable es el BC decida no actuar por considerarlo transitorio.
Otro supuesto relevante de este último modelo es la inercia plena o completa. Esto quiere decir que la inflación pasada se incorpora totalmente a los precios actuales, es decir, si opera un exceso de demanda que por solo una vez sube los precios, este se amplificará mes a mes gracias a este supuesto. La independencia del producto potencial o no existencia de histéresis en el producto también juega un rol fundamental en dicho modelo, pues si el producto potencial (el nivel de producción de una economía que utiliza toda su capacidad instalada, cosa que no es observable) no se mueve o no crece cuando crece el producto efectivo de la economía (el nivel del producto que podemos observar y nos permite medir el crecimiento económico), la existencia del pleno empleo es mucho más factible. En cambio, si suponemos la existencia de histéresis, y el producto potencial crece cuando crece también el producto efectivo entonces el pleno empleo difícilmente se logre, a causa de que “la brecha del producto” siempre será “holgada”. Como veremos, estos supuestos ad-hoc carecen de fundamentos teóricos y empíricos sólidos.
¿Existe realmente una tendencia hacia el pleno empleo?
Para asumir como válido el supuesto de pleno empleo, uno debería poder demostrar su validez teórica. Para esto, el marginalismo utiliza el principio de sustitución de los factores productivos (tierra, trabajo y capital). Este principio postula que si los precios relativos de los factores de producción son flexibles (se modifican de acuerdo a excesos de oferta o demanda), y existe un efecto de sustitución entre los mismos (es decir, aumenta la demanda relativa por el factor más barato ante un cambio de los precios relativos), una economía de mercado competitiva tenderá al pleno empleo de sus factores productivos.
Este pleno empleo de los factores de producción se llevará a cabo mediante la interacción de dos procesos: en el primero de ellos, la sustitución de capital por mano de obra (o tierra) podría permitir la utilización de cualquier cantidad de trabajo (o tierra) dada una cantidad inicial de capital, siempre que el precio de ese factor, en este caso, el salario real (o la renta de la tierra) haya caído lo suficiente. De esta manera, el uso adicional de trabajo (o tierra) tendría el efecto de incrementar el nivel de producto potencial.
Este proceso implica que no existe desempleo estructural o tecnológico. No se considera, por lo tanto, que el pleno empleo de la dotación de capital dada no pueda emplear completamente al factor trabajo. La permanencia del desempleo cuando la economía opera a plena capacidad se debería, en este caso, a que el salario real no ha caído lo suficiente.
En el segundo proceso, la sustitución de trabajo (o tierra) por capital permitiría que cualquier incremento en el producto potencial que no sea destinado al consumo pudiera ser utilizado para satisfacer una mayor demanda de inversión, siempre que la flexibilidad de la tasa de interés permita que esta caiga a niveles en que los métodos de producción que requieran de mayor capital se vuelvan rentables.
Dicho proceso implica que los recursos productivos (trabajo y capital) no pueden estar subutilizados debido a una falta de demanda monetaria final para los bienes producidos con esos factores. Es decir, todo aquello que se produce se venderá de manera rentable.
La crítica sraffiana
El principio de sustitución factorial que se describió en la primera parte fue (y sigue siendo) objeto de críticas por parte de economistas heterodoxos inspirados en la obra de Piero Sraffa. Los sraffianos dilucidaron serios problemas teóricos sobre las nociones de sustitución entre el capital y otros factores de producción. Incluso ponen en duda la existencia del efecto sustitución entre factores productivos cuando el capital es uno de ellos.
Para que la sustitución entre factores productivos funcione, debe poder especificarse de manera precisa las dotaciones de los mismos. Además, debe poder demostrarse que si el precio de un factor (por ejemplo, el trabajo) cae en relación con otro factor (por ejemplo, el capital), habrá una tendencia a utilizar aquel factor cuyo precio ha disminuido (en este caso, el trabajo), manteniendo el otro factor constante (en este caso, el capital). Dicho mecanismo funciona correctamente para los factores primarios (tierra y trabajo), pero al introducir el capital al análisis como factor productivo, aparecen los problemas.
Los inconvenientes surgen de considerar dos características que diferencian al capital de otros factores productivos. La primera diferencia radica en que los bienes de capital son producidos. La segunda diferencia se encuentra en la remuneración de este factor. El trabajo y la tierra son factores cuyas remuneraciones pueden mantenerse diferentes por largos periodos de tiempo. Sin embargo, en lo que respecta al capital, hay que considerar que las tasas de retorno de los diferentes bienes de capital utilizados en los diversos sectores económicos tenderán a ser uniformes. Esto se debe a las modificaciones en la composición del capital realizada por los inversores en busca de mayor rentabilidad.
Estas diferencias implican que las dotaciones de capital estarían variando en el corto plazo. Surgen así dos problemas teóricos para el principio de sustitución factorial. En primer lugar, se vuelve difícil especificar la dotación de capital de forma coherente. Los bienes de capital físicos existentes varían tan frecuentemente que sus tasas de retorno (que indican la escasez relativa de los mismos) no son persistentes en el tiempo, en especial por el efecto de la competencia y la tendencia a la igualación de las diferentes tasas de retorno.
Con relación al punto anterior, esa falta de persistencia implica que, en los mercados de los demás factores productivos, los bienes de capital utilizados para producir junto con un tipo particular de trabajo también cambiarían rápidamente. Esto lleva al segundo problema: dado que la escasez relativa de un factor solo se determina en relación con la escasez relativa de otro factor, la escasez relativa de los factores de producción (no sólo del capital) deviene indeterminada. Las soluciones propuestas por el marginalismo a este problema no resultaron eficaces. Wicksell y Walras trataron de especificar, cada uno de manera distinta, a la dotación de capital. Sin embargo, sus esfuerzos se vieron frustrados por contradicciones lógicas (Fabio Petri escribió una crítica a estas visiones que recomendamos consultar) [3].
Una alternativa: los costos y la inflación
La obra de Sraffa cuestiona profundamente el análisis marginalista de la distribución del ingreso. Los salarios reales no pueden determinarse por la intersección o el equilibrio de una curva de oferta y demanda de trabajo. En otras palabras, el discurso de “a cada cual lo suyo” queda sin bases teóricas sólidas. Esta última teoría requiere, para su determinación, la especificación de la dotación de capital, asunto que no puede resolverse sin contradecir los postulados de la misma teoría neoclásica. Los salarios más bien se fijan teniendo en cuenta un salario de subsistencia determinado por un conjunto de factores históricos e institucionales. Estos factores también determinan el poder de negociación relativo de la clase trabajadora para poder conseguir aumentos en sus salarios reales. No existe, de esta manera, un salario “natural” o una jerarquía “natural” de salarios.
Si la distribución del ingreso es resultante de un conflicto por la apropiación una mayor parte del excedente, tal como lo postulaban los economistas clásicos, puede considerarse a la inflación la mayor parte del tiempo como un fenómeno ligado a los costos debido a una puja distributiva no resuelta. Tal es el caso de países como Argentina y Brasil, por ejemplo [4]. La inflación, en este sentido, debe ser considerada un asunto en gran parte de carácter político o, mejor dicho, de economía política, tal como veían a la ciencia económica los economistas clásicos, como Adam Smith, David Ricardo o Karl Marx.
Esta visión alternativa de la inflación, que desafía las concepciones más tradicionales del marginalismo, encuentra respaldo empírico en una investigación publicada en la CEPAL sobre los determinantes de la inflación en América Latina (Trajtenberg, Valdecantos, & Vega, 2015). En dicho trabajo se detallan importantes resultados para el manejo de la inflación en los países de la región. El principal de estos resultados es que en la mayoría de los países la brecha del producto (inflación por exceso de demanda) no resulta significativa para explicar la inflación. Dichas explicaciones, más bien, deben buscarse por el lado de los costos.
Gráfico 1. Determinantes de la inflación en Paraguay.
Fuente: Trajtenberg, L., Valdecantos, S., & Vega,D. (2015). Los determinantes de la inflación en América Latina: un estudio empírico del período 1990-2013.
En este sentido, en el caso de Paraguay, los principales factores que propician la inflación son el tipo de cambio y las variaciones de precios de las materias primas, tal como se observa en el gráfico. Los precios de las materias explican un porcentaje sustancial de los movimientos en los precios internos a través del Índice de Precios al Consumidor (IPC) y su componente alimenticio. Por lo tanto, los shocks de costos no pueden ser considerados aleatorios, más bien deben ser considerados persistentes, dado que son los factores que aceleran el proceso inflacionario.
El tipo de cambio, por su parte, tiene efectos en el nivel de precios a través del conocido efecto traspaso (pass-through) (Gráfico 2). Este efecto hace que los costos de una devaluación sean traspasados, de manera completa o incompleta, al índice de precios. Es también por estas razones que las devaluaciones resultan contractivas para economías en las que el tipo de cambio tenga un efecto de traspaso importante. La subida generalizada de los precios que sigue a la depreciación del tipo de cambio tiene efectos perversos sobre los salarios reales y, por ende, sobre el nivel de la demanda agregada.
Gráfico 2. Porcentaje de traspaso del tipo de cambio en un grupo de países de Latinoamérica.
En lo que respecta a la puja distributiva, captada por los costos laborales unitarios, se observa que en nuestro país es un factor que no incide en la aceleración de la inflación. Esto se explica en gran medida por la escasa formación sindical, la alta informalidad laboral y la precariedad del trabajo. La ausencia de conflicto distributivo resulta ser un factor clave para explicar las bajas tasas de inflación experimentadas en los últimos años, dado que, al estar mermado el poder de negociación relativo de la clase trabajadora, las variaciones salariales no tienen mayor influencia en los costos. En este sentido, debe considerarse que Paraguay es uno de los países con menor porcentaje de densidad sindical y de negociaciones salariales de América Latina (Orsatti, 2016). Estos resultados pueden indicarnos que la reducción de la dinámica inflacionaria está asociada en gran medida al debilitamiento de la institucionalidad laboral y la retracción de la participación asalariada en el ingreso.
Por su parte, también cabe considerar al componente inercial de la inflación. La inflación inercial es aquella que está explicada simplemente por la inflación pasada. Por ejemplo, si este año la inflación fuera de un 2%, el año siguiente se esperaría como mínimo un 2% de inflación, y se modificarían los precios en esa dirección. Pese a esta lógica, los resultados obtenidos en el estudio de Trajtenberg, Valdecantos & al. indican la poca relevancia de la inercia como factor que influya en la inflación. En efecto, en ausencia de una puja distributiva es razonable esperar que los factores que hacen que la inercia inflacionaria sea relevante (como las indexaciones salariales) se encuentren ausentes.
La adopción de políticas anti-inflacionarias, en síntesis, deben estar alejadas de las visiones convencionales, pues estas no explican realmente el origen de la inflación. Si se quiere controlar la inflación, debe analizarse la manera en que las políticas de gasto público y de variaciones de las tasas de interés afectan a los costos, al menos en un país como Paraguay que carece de conflictos sociales agudos en torno a su distribución funcional del ingreso. Pero más allá de las herramientas convencionales de política económica, al separarnos de las explicaciones ortodoxas se abre un abanico de posibilidades. Así, podemos considerar a la política cambiaria, a los instrumentos de comercio exterior e incluso a políticas de ingreso como parte de un esquema consistente anti inflacionario.
Reducir las explicaciones inflacionarias a cualquier exceso de gasto es evitar discutir quién carga realmente con los costos de la inflación, y es una manera de justificar ajustes fiscales que no hacen más que reducir el crecimiento económico y, por ende, el bienestar general. Esto no significa, desde ya, que el Estado no tenga una cuota de responsabilidad a la hora de atacar dicho problema. Precisamente, al ser un problema de economía política, el Estado siempre tendrá un rol de alguna manera u otra, y no será solo un constreñimiento “negativo” que se inserta desde afuera de las lógicas de mercado. Tampoco será una mera manguera de incendios cuando este “falle” y necesite un empujón para funcionar correctamente. De lo que se trata es de ver esa compleja relación entre Estado, mercado y sociedad, no como entes separados que se tocan en un nivel superficial sino como un solo organismo incapaz de subsistir sin cada uno de sus órganos. Todo eso está detrás de un fenómeno tan fascinante y terrorífico a la vez como es la inflación.
Notas
[1] Ver https://www.abc.com.py/nacionales/2020/05/08/exministro-senala-que-si-se-recortan-gastos-extraordinarios-el-pais-podra-endeudarse-mas-para-la-recuperacion-de-la-crisis/ y https://www.ultimahora.com/reactivacion-ex-ministros-piden-prudencia-deuda-n2884101.html
[2] Ver https://www.abc.com.py/edicion-impresa/editorial/2020/08/24/a-no-esperar-la-inflacion-para-las-medidas-drasticas/
[3] Ver “IMPLICACIONES PARA LA POLÍTICA ECONOMICA DE RECIENTES AVANCES EN LA TEORÍA DEL CAPITAL Y DE LA DISTRIBUCIÓN” publicado en Revista Circus.
[4] Ver “La inflación en tiempos macristas. La bancarrota intelectual del monetarismo en la Argentina” publicado por el profesor Alejandro Fiorito en Revista Circus para el caso argentino y “Distribution and Cost-Push inflation in Brazil under inflation targeting, 1999-2014” publicado en Centro Sraffa por Ricardo Summa y Franklin Serrano para el caso brasileño.
Bibliografía
Orsatti, A. (2016). DENSIDAD ASALARIADA, SINDICAL Y NEGOCIAL EN AMÉRICA LATINA. Panorama Regional Normativo en materia de Libertad Sindical, Negociación Colectiva y Autorreforma Sindical.
Trajtenberg, L., Valdecantos, S., & Vega, D. (2015). Los determinantes de la inflación en América Latina: un estudio empírico del periodo 1990-2013. (CEPAL, Ed.) Estructura productiva y política macroeconómica, 163-190.
Vernengo, M. (2011). Lucas en contexto, Keynes fuera de contexto. Revista Circus Blog.
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