Actualmente, el debate económico sobre los modelos y vías al desarrollo no está cerrado entre los economistas. En esta entrega, en base a trabajos empíricos, se propone analizar el denominador común respecto a la estructura productiva en el desarrollo económico, ante propuestas relevantes e innovadoras como el Índice de Complejidad Económica del Growth-Lab de Harvard. ¿Es la industrialización, la diversificación productiva, las ventajas comparativas o la capacidad tecnológica de un país lo que lo impulsa al desarrollo?
Es claro que el principal objetivo de una economía es aumentar el nivel de vida. La forma en la que esto se hace, al menos hasta hoy día, es creciendo económicamente. Como es de amplio conocimiento, el PIB per cápita no es suficiente para comprobar el bienestar de un país [i]. Es por eso que el grado de desarrollo de una sociedad se mide, con ciertas restricciones, con el Índice de Desarrollo Humano (IDH) confeccionado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Este índice analiza el PIB per cápita ajustado por el acceso a salud y educación. Paraguay posee uno de los IDH más rezagados históricamente de toda la región, ubicándose en el puesto quince entre veinte países latinoamericanos en el 2018 y actualmente en el puesto trece (2019), obteniendo uno de los peores promedios en la década pasada.
Como quedó sobreentendido, aumentar el crecimiento no es condición suficiente, pero sí necesaria. El desafío es crecer a un ritmo relativamente acelerado con sostenibilidad temporal. Como no producimos una moneda aceptada en los intercambios globales y poseemos un mercado interno pequeño, los límites al crecimiento se determinan por la capacidad de abastecernos de divisas, y esto a su vez está relacionado al aumento de la productividad y de las exportaciones a largo plazo. Los commodities por sí solos, por su inestabilidad por antonomasia, no son capaces de superar esta restricción externa.
Entonces, ¿qué camino podemos tomar? Muchos pensaran en la vieja dicotomía entre agro e industria: “para desarrollarse hay que industrializarse”. Esta idea se instaló el siglo pasado a través de los industrialistas de la escuela estructuralista de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), en un momento en el que el sector agropecuario se veía muy atrasado tecnológicamente, generando una brecha productiva importante con la industria más pesada. Hoy, el atraso tecnológico del sector primario tiene más de mito que de verdad. Y es que también existen países con elevado desarrollo que poseen una estructura productiva eminentemente primarizada. Incluso, el país más desarrollado del mundo, Noruega, produce y exporta en mayor proporción petróleo y sus derivados. Aunque esto no siempre fue así, juzgar el desarrollo de un país estrictamente por su especialización productiva (agro o industria) queda como un anacronismo.
La realidad siempre es más compleja y está minada de matices. Si medimos la especialización productiva de un país por el contenido tecnológico de su canasta exportadora, para verificar si produce bienes más primarizados o con mayor valor agregado, lo cierto es que encontraremos países que exportan medio y alto contenido tecnológico pero siguen muy rezagados respecto a su grado de desarrollo. Este podría ser el caso de México o el de Filipinas. Como bien citamos a Noruega como ejemplo de país primarizado y desarrollado, también existen otros como Australia y Nueva Zelanda. Aunque la mayoría de los países desarrollados producen bienes industriales, la relación no es tan lineal, lo que nos deja en una posición en la que no podemos ni neutralizar ni absolutizar la especialización productiva. Ni liberales de las ventajas comparativas ni viejos cepalinos.
Otros dirán que la mejor explicación se encuentra en la diversificación productiva, y el camino será entonces diversificar el contenido de nuestra canasta exportadora. Tiene sentido, y es que, diversificar nos hará menos dependientes de ciertas mercancías, probablemente también generar mayor valor agregado y potenciar entramados productivos complejos que eleven el know-how. La mayoría de los países desarrollados poseen un relativo nivel alto de diversificación. Pero como a toda regla se encuentran excepciones, también podemos observar países desarrollados con un alto nivel de concentración. Este es el caso de Noruega, Singapur, Israel o Irlanda. Caso contrario, también se encuentran países subdesarrollados con mayor diversificación que Alemania o Reino Unido, donde podemos hallar a Brasil o Tailandia. Lastimosamente, la diversificación detenta incluso un menor grado explicativo al desarrollo que la especialización.
Entonces, si ser un país industrial o diversificado no asegura un mayor nivel de ingreso y bienestar, ¿dónde podemos encontrar la respuesta? Sorpresivamente, y rompiendo muchos paradigmas, la variable que se correlaciona mejor con el IDH es la capacidad tecnológica o el know how de un país. Dicha variable la podemos medir con el gasto en investigación y desarrollo (I+D), y con el número de patentes per cápita. La evidencia nos muestra que a mayores capacidades tecnológicas mayor desarrollo. Una relación lineal casi perfecta. Esta conclusión nos hace preguntarnos menos por el qué producir y más por el cómo producir. Latinoamérica por su parte, presenta capacidades tecnológicas extremadamente reducidas: pocas patentes per cápita y un gasto en investigación y desarrollo con tendencia a cero. Por ejemplo, el gasto en I+D de Paraguay es en promedio 0.09% del PIB y las patentes per cápita son cero [ii].
Alemania, Estados Unidos, Noruega, Australia o Corea del Sur tienen como denominador común a sus capacidades tecnológicas. Más allá de sus estructuras primarizadas o no, o de la diversificación de sus exportaciones, estos países tienen la característica convergente de poseer Sistemas Nacionales de Innovación (SNI), lo que les permite desarrollar tecnología y patentarla. En un mundo globalizado donde la producción se relocaliza y terceriza, insertarse en los eslabones más rentables de las Cadenas Globales de Valor (CGV) reditúa un grado de competitividad incomparable. Por lo tanto, la cuestión ya no pasa demasiado por producir micro conductores o petróleo, sino porque el proceso productivo se dé en un sistema que potencialice la innovación.
Esta tesis nos da la capacidad de poder dividir a los países desarrollados en innovadores primarios e innovadores industriales y a los subdesarrollados en no innovadores primarios y ensambladores. Aquí se hace visible uno de los pecados de las valiosas conclusiones de los trabajos de Hausmann y Rodrik con cierto sesgo industrialista, en los que países como México forman parte de los desarrollados por el alto contenido tecnológico de sus exportaciones [iii]. Aunque esto sea cierto, también lo es que México ensambla bienes en maquilas con tecnología producida en otros países.
Ser un país innovador permite reducir la restricción externa al crecimiento citada al inicio del artículo. Por un lado eleva la productividad, lo que mejora la competitividad global de la canasta exportable, también permite cobrar por propiedad intelectual, exportar bienes con mayor diferenciación y generar grandes empresas que repatríen utilidades del exterior. Es visible también que estar a la vanguardia de la innovación hace acceder a una mayor elasticidad producto-demanda de las exportaciones y a estables precios internacionales.
Una vez establecida la innovación como principal driver al desarrollo, queda la pregunta de cómo impulsar la capacidad tecnológica. Los recientes análisis demuestran que lejos de hacerse solo o de ser el fruto de meras condiciones e incentivos estables generados para la libre competencia, la innovación se da con propósito y de forma casi planificada. Mariana Mazzucato demostró que las innovaciones tecnológicas más importantes en estas últimas décadas fueron posibles al financiamiento activo del Estado [iv]. El internet, el GPS, la pantalla táctil, la industria farmacéutica y hasta el algoritmo de Google sufrieron procesos de financiación pública con alianzas privadas. Estos entramados institucionales científicos-tecnológicos entre el sector público y el privado, que pueden ir desde las universidades hasta los laboratorios y centros de investigación de empresas, es lo que llamamos Sistemas Nacionales de Innovación.
Gráfico 1: Índice de capacidades tecnológicas, contenido tecnológico de las exportaciones y diversificación de las exportaciones, promedio 2000-2010 [v].
Observando el gráfico, podemos dar cuenta de que no se puede relativizar del todo la especialización y diversificación productiva. Es un hecho que la mayoría de los procesos de innovación se dan en los países industriales asociados a la metalmecánica y a la ingeniería. Solo son tres los países que innovan con productos primarios. Por otro lado, no existe ningún país desarrollado con baja diversificación a excepción de Noruega. Esto nos da ciertas pautas: la diversificación y la industria siguen siendo claves.
El mundo, hoy mucho más proteccionista y con los precios de los commodities en picada, exige al crecimiento depender menos de las materias primas. Lo más seguro para Paraguay, país que a lo largo de su historia no experimentó cambios significativos en su matriz productiva primarizada no innovadora, es elegir un sendero en el que la innovación sea crucial, lo que no significa dejar de lado un proceso que diversifique y añada mayor contenido tecnológico a las exportaciones. Una política industrial que aproveche las ventajas como la energía y la tierra es sin duda un desafío, así como invertir en educación e investigación, para que luego estos sectores se puedan entramar al tejido productivo y afloren círculos virtuosos.
[i] Informe de la Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económico y el Progreso Social (Stiglitz, Sen, & Fitoussi, 2009). [ii] Para el gasto en I+D se realizó un promedio del 2000 al 2010 (UNESCO) y para las patentes per cápita un promedio del 2004 al 2012 (UPSTO). [iii] What You Export Matters (Hausmann, Rodrik, & Hwang, 2005). [iv] El Estado Emprendedor: Mitos del Sector Público frente al Privado (Mazzucato, 2011). [v] Especialización Productiva, Capacidades Tecnológicas y Desarrollo Económico: Trayectorias Nacionales Comparadas y Análisis del Caso Noruego desde Mediados del Siglo XX (Schteingart, 2017).
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