En la realidad económica actual, pasada y futura, el dinero siempre será un elemento principal. En economías monetarias de producción como las del sistema capitalista actual, no puede concebirse la actividad económica sin dinero. Ahora bien, las percepciones que se tienen acerca del dinero tienen diversas implicancias para el análisis del funcionamiento de las economías capitalistas y para las políticas económicas que pueden tomarse al respecto. En este sentido, presentaremos dos visiones teóricas que difieren en su interpretación del dinero y profundizaremos en las consecuencias de adoptar una u otra visión.
En la teoría económica existe una gran variedad de escuelas de pensamiento -principalmente del núcleo marginalista- que ven al dinero como una mercancía cuyo valor intrínseco está determinado por su escasez relativa. Además, sirve como medio de intercambio, lo que garantiza su neutralidad a largo plazo (Seccareccia, 2006)[1]. Es decir, el dinero se considera un bien del mercado elegido espontáneamente por los individuos por ciertas características físicas deseables (como por ejemplo, divisibilidad, durabilidad, fungibilidad, etc.) que lo hacen fácil de utilizar para los intercambios. Por su parte, el hecho de que la oferta de este bien sea restringida garantiza cierta estabilidad en su “valor”. Además, bajo esta perspectiva, los bancos no cumplen un rol relevante en la creación de dinero, pues son vistos como meros intermediarios entre ahorradores e inversores. Esta es la primera concepción del dinero y a su vez la más divulgada.
Esta visión del dinero basado en un sistema de trueque encuentra un contraste con las concepciones heterodoxas. Para muchos de estos economistas, el dinero ha surgido históricamente como signo o unidad de cuenta dotado de valor extrínseco y cuya oferta es endógena a las necesidades de reproducción sociales y físicas de la comunidad (Seccareccia, 2006). Como bien lo explica Graber (2012)[2]: “[…] el dinero no es una mercancía sino una unidad de cuenta. En otras palabras, no es una “cosa”. […] si el dinero es una vara de medir, ¿qué mide? La respuesta era sencilla: deuda”. De esta manera, se hace esencial la presencia de un Estado que dote de curso legal a dicho signo dentro de un marco institucional definido. Desde una perspectiva chartalista, puede decirse que el dinero es “criatura del Estado”. Es posible concebir en este enfoque a los bancos como creadores de dinero “interno” gracias a anticipos de crédito pactados en la unidad monetaria definida por la autoridad estatal (Parguez y Seccareccia, 2000)[3]. Ahora bien, una vez vistas las distintas concepciones del dinero, podemos plantearnos la siguiente pregunta: ¿cómo es creado el dinero y qué implicancias tiene para la política económica?
Para responder al asunto de la creación de dinero, nos remitimos al conocido trabajo de McLeay et. al. (2015)[4]. En este artículo, los autores explican de manera práctica el funcionamiento real del sistema de creación dineraria. En contraste con las concepciones tradicionales, que argumentan que los depósitos son creados normalmente por las decisiones de ahorro de los hogares y luego los bancos canalizan estos fondos hacia los prestatarios, se presenta una “causalidad invertida”: los créditos son los que crean los depósitos.
Los bancos comerciales, en vez de ser meros intermediarios de fondos, aparecen aquí como instituciones que tienen por función, en virtud de ciertas atribuciones legales por parte del Estado, crear el dinero necesario para que las empresas logren su objetivo de acumulación. De esta forma, los bancos comerciales crean dinero ex nihilo en forma de depósitos al crear nuevos préstamos.
El siguiente diagrama tomado del trabajo citado anteriormente nos puede ayudar a ilustrar este ejemplo. Como se muestra en la segunda fila del diagrama, los bancos comerciales otorgan un préstamo (nuevo activo para el banco) a la vez que crean un nuevo depósito (nueva deuda para el banco). Esta operación se hace sin necesidad de la existencia previa de depósitos en la misma cantidad. En la tercera fila, que corresponde a los hogares, vemos que estos tienen un nuevo activo, representado por el depósito creado en el banco comercial. Como contraparte de esto, tienen una nueva obligación, que es el préstamo creador del depósito.
Todo esto ocurre sin que se afecte la base monetaria del banco central, como se observa en la fila 1, al menos en principio. El mayor volumen de los depósitos puede hacer que los bancos comerciales deseen mayor dinero del banco central para satisfacer ciertos retiros. En tiempos normales, estas reservas son suminstradas “a demanda” por los bancos centrales. En síntesis: los nuevos créditos crean depósitos, y de acuerdo al nivel de estos últimos los bancos buscan hacerse con las reservas necesarias para hacer frente a retiros ocasionales.
Gráfico 1. Creación de dinero por el sector bancario agregado haciendo préstamos adicionales.*
Fuente: McLeay et. al. (2015)
*Los balances son muy estilizados para facilitar la exposición: las cantidades de cada tipo de dinero que se muestran no corresponden a las cantidades que realmente se mantienen en el balance de cada sector.
Este proceso de creación de dinero resulta siempre endógeno. Para que el dinero resulte exógeno, la cantidad y valor del mismo deben determinarse fuera del sistema económico, es decir, de manera independiente a las decisiones de gastos de las empresas y el Estado. De este proceso de endogeneidad del dinero puede deducirse la imposibilidad de distinguir lógicamente la “oferta de dinero” de la “demanda de dinero” que se equilibrarían mediante algún mecanismo como la tasa de interés. En este sentido, la tasa de interés resulta exógena, al ser determinada fuera de los mecanismos de “equilibrio”.
Una de las grandes implicancias de invertir la causalidad del proceso de creación del dinero (de afirmar que son los créditos los que crean los depósitos) es su impacto en uno de los pilares más repetidos del saber convencional: que los ahorros financian las inversiones. Para la economía neoclásica, existe una especie de conjunto de todos los ahorros de la economía, al que llaman “fondos prestables”, que se utiliza para inversiones. Estas decisiones de ahorro en los fondos prestables e inversión se ajustan a través de la tasa de interés, y los bancos comerciales hacen de intermediarios entre los que desean ahorrar y los que desean invertir.
Pero, si cambiamos la causalidad, y la creación de dinero se vuelve un proceso endógeno como el descrito anteriormente, no existe necesidad alguna de parte de los bancos comerciales de acumular “fondos” para canalizarlos hacia agentes deficitarios que desean invertir. La inversión puede realizarse sin la existencia de “fondos”. Es más, la idea es que la producción no se puede realizar sin un recurso previo al crédito bancario (Vernengo & Rochon, 2001).[1] El dinero es inyectado por los bancos y por el recurso al crédito en el momento que las firmas necesitan financiamiento para pagar los costes de producción de sus inversiones, como salarios y bienes de capital. Ningún agente puede comprar bienes antes que estos hayan sido producidos por las firmas a través del crédito bancario ex ante.
Posteriormente, las empresas utilizan sus ingresos para reembolsar los préstamos a los bancos. Todo ingreso no percibido, ligado por ejemplo a la preferencia por el ahorro de las economías domésticas, será compensando por la venta de títulos que captarán una parte de este ahorro. Todo el dinero que vuelve a las empresas, ya sea por el canal del consumo, o ya sea por el del ahorro, permite extinguir la deuda inicial contraída con los bancos. Esta es la esencia de la teoría del circuito monetario (Ídem).
En la línea del circuito monetario descrito, el orden causal de ahorro-inversión convencional también se invierte, y es la inversión la que pasa a generar el ahorro correspondiente. Si la producción necesita de crédito ex nihilo para realizarse, entonces los ingresos distribuidos por la producción también. Si consideramos al ahorro como el ingreso menos el consumo (S=Y-C), entonces el ahorro queda como un residuo del ingreso generado por la inversión. El ahorro es un pedazo que resulta después de deducir los gastos de consumo del ingreso. En conclusión, es la inversión la que determina la cantidad de ahorro.
Por lo tanto, si las firmas necesitan crédito en un momento inicial para producir y continuar con su proceso de acumulación, y a su vez esto permite crear un ingreso que parte se gasta y parte se ahorra, lo que tenemos en consecuencia en la economía global, es que los gastos determinan los ingresos. Por lo que invertimos la causalidad mayor, La Ley de Say, en el que la oferta genera su propia demanda y los ingresos deben realizarse antes de los gastos.
En el circuito descrito previamente, es la decisión de gasto en inversión la que permite el ingreso posterior en otros agentes. La formulación más simple es la siguiente: en una determinada economía mercantil - y por lo tanto monetaria, donde el dinero cumple todas sus funciones (medio de circulación, unidad de cuenta, medio de pago), en toda transacción de compra-venta existe sólo una decisión autónoma: la de gastar. En consecuencia, todo gasto determina un ingreso de igual magnitud. Por añadidura, el total del gasto en un determinado período contable es siempre igual y determina el total de los ingresos (Possas, 1999)[2]. Esto es, en esencia, el Principio de Demanda Efectiva.
Como se ha visto hasta ahora, existen distintas consecuencias lógicas de adoptar una u otra visión del dinero. La visión neoclásica del dinero mercancía implica la neutralidad del mismo respecto a la actividad económica. Es decir, el dinero no afecta a variables reales, solo a las nominales, como al nivel de precios. De aquí se desprende la necesidad de adoptar medidas monetarias restrictivas a fin de “combatir la inflación”, colocando a los bancos centrales como meros guardianes del nivel de precios. Sin embargo, si se acepta la visión mucho más realista del dinero endógeno, es fácil notar que los bancos centrales no pueden controlar la cantidad total de dinero en la economía, además de la imposibilidad de un exceso de oferta de dinero, dado que este siempre se provee según lo demande el nivel de actividad. Aquí los bancos centrales pueden tener un rol mucho más activo en el proceso de desarrollo de los países, y el rol de los “bancos centrales independientes” puede replantearse seriamente.
Para terminar, es también visible la consecuencia que se desprende de una visión del dinero chartalista y la no neutralidad del mismo para la política fiscal. En primer lugar, si aceptamos consecuentemente que son los gastos los que determinan los ingresos en la economía global, y que el dinero oficial es emitido por los Bancos Centrales, es imposible recaudar impuestos sin antes gastar y generar un ingreso en la sociedad que pueda ser gravado. Lejos de ‘robar’ riqueza al sector privado, es el propio gasto público el que la crea ex nihilo -a través de su doble efecto multiplicador y acelerador, respectivamente, sobre el consumo y la inversión-; riqueza que no habría sido creada en su ausencia. Y es, precisamente, sobre esa riqueza generada que en un segundo momento se cobran impuestos, recursos que el estado decide extraer del circuito productivo. Es decir, es el gasto, a través de sus efectos expansivos en la producción, el que financia los impuestos, y no al revés como usualmente se sostiene (Dvoskin & Mario, 2020)[7].
Por lo tanto tenemos la inversión de una última causalidad, no son los impuestos los que financian al gasto público, sino que los gastos públicos permiten la recaudación de impuestos. Las consecuencias para la política económica de dicho enfoque pueden notarse desde lejos: el Estado no es y no funciona como un hogar porque no posee ninguna restricción financiera per se. De esto se desprende que cualquier política que tenga como objetivo un ajuste fiscal o pretenda equilibrar las cuentas públicas por motivos netamente financieros no se sostiene, al menos en la propia moneda que un determinado Estado emite. El único resultado de hacer un ajuste fiscal es reducir el gasto que termina como ingreso de otros agentes, probablemente del sector privado. Así, el déficit del sector público se convierte en el ahorro del sector privado. Los únicos límites a la generación de este déficit en la propia moneda se restringen a consideraciones propias del ciclo económico, la inflación y el desempleo, más no “la ausencia” de dinero.
Trabajos consultados. [1] Bougrine, H., & Seccareccia, M. (2006). El papel de los impuestos en la economía nacional. Pierre Piégay y Louis-Pilippe Rochon (coordinadores), Teorías económicas poskeynesianas. Madrid: Akal. [2] Graeber, D. (2012). En deuda. [3] Parguez, A., & Seccareccia, M. (2000). The credit theory of money: the monetary circuit approach. What is money, 101-123. [4] McLeay, M., Radia, A., & Thomas, R. (2015). La creación de dinero en la economía moderna. Revista de economía institucional, 17(33), 355-383.
[5] Rochon, L. P., Vernengo, M., Rochon, L. P., & Vernengo, M. (2003). State money and the real world: or chartalism and its discontents. Journal of Post Keynesian Economics, 26(1), 57-67. [6] Possas, M. L. (1999). Demanda efetiva, investimento e dinâmica: a atualidade de Kalecki para a teoria macroeconômica. Revista de Economia Contemporânea, 3(2). [7] Dvoskin, A. & Mario, A. (12 de mayo de 2020). No necesitamos ricos para aplicar políticas de demanda. El País Digital.
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