En el ámbito del comercio internacional, la teoría de las ventajas comparativas introducida por David Ricardo[1] se establece como el núcleo central de las explicaciones acerca de los intercambios entre países. De manera general, esta teoría establece que las diferencias que puedan existir entre la productividad de un país y otro no constituyen un obstáculo insuperable para el comercio internacional. Es decir, pese al atraso tecnológico que un país experimente, este puede compensar la diferencia en productividad con salarios suficientemente flexibles a la baja. Por lo tanto, en este modelo se asume la existencia de una configuración distributiva que impide a los países ser excluidos del comercio.
Como lo indica Paul Krugman[2]: “Un país que sea menos productivo que sus socios comerciales en general se verá obligado a competir sobre la base de salarios bajos en lugar de una productividad superior. Pero no sufrirá una catástrofe y, de hecho, normalmente seguirá beneficiándose del comercio internacional”.
A fin de cuentas, como en estos modelos la distribución del ingreso está determinada por las fuerzas del mercado, el ajuste requerido para que los países eviten la exclusión del comercio actúa de manera automática. La caída en los salarios permite, de esta manera, que los países puedan diversificar su estructura productiva al hacer rentable la producción en nuevas industrias. Las visiones relacionadas con el nuevo estructuralismo[3] comparten el mensaje general brindado por esta noción, solo que explican la caída en los salarios como resultado de políticas enfocadas en la devaluación.
Sin embargo, las consideraciones precedentes solo son válidas bajo ciertos supuestos bastante restrictivos. El principal de ellos indica que la producción se realiza sólo con trabajo, es decir, existe un solo factor. Otro supuesto relevante se refiere a la inmovilidad de los factores. De esta forma, la exclusión no es posible puesto que la flexibilidad en la distribución del ingreso asegurará la existencia de un intervalo en el que los países producirán al menos un bien[4]. El resultado puede extenderse considerando al capital como anticipos salariales. Si el capital tiene movilidad en este caso, la no exclusión se mantiene. Los países serán excluidos si el trabajo es el factor perfectamente móvil.
Suponiendo un escenario más realista, si se asume que la producción se realiza con bienes de capital, se llegan a conclusiones distintas. A diferencia de la producción realizada solamente con trabajo, al incluir bienes de capital en el proceso productivo, los bienes dependen de la tasa de ganancia (y por ende, de la distribución del ingreso), y no son independientes de las condiciones de producción de otras industrias.
En este caso, las reducciones salariales no son capaces de compensar el atraso tecnológico en la utilización de bienes de capital y la exclusión del comercio se vuelve posible. Esto puede explicarse porque existe un límite inferior en los costos de producción de los bienes que utilizan capital importado. Incluso con salarios cero, si la utilización de los bienes de capital es empleada de manera poco eficiente (lo que hace que la ratio de utilización de capital para producir una unidad de un bien z sea elevada), es probable que algunos países se vean excluidos de los intercambios globales. Con salarios dados, el comercio responde a ventajas absolutas de costos, por lo que es de esperarse que exporte aquel país que produce más barato.
Como consecuencia de las consideraciones precedentes, es fácil notar que en realidad la flexibilidad salarial no garantiza la no-exclusión de un país en los intercambios comerciales. Por lo tanto, las recomendaciones enfocadas en la devaluación del tipo de cambio a fin de diversificar las exportaciones carecen de validez.
Como se observa en el gráfico, a priori no existe motivo aparente para pensar que una devaluación incentive mayores exportaciones. El efecto que tienen las devaluaciones es más bien la reducción de los salarios reales y la consecuente disminución del producto. Esto a su vez termina disminuyendo las importaciones, que son inducidas. Por lo tanto, devaluar es más bien un mecanismo de corrección de déficits externos por medio de la reducción de la demanda agregada. Se concluye que el tipo de cambio, más que ser una variable que incentive las exportaciones, es un elemento con profundas implicancias sobre la distribución del ingreso.
Gráfico 1. Exportaciones y tipo de cambio nominal.
Fuente: Elaboración propia con datos del Banco Central del Paraguay.
Otra implicancia relevante de estos tratamientos teóricos tiene que ver con la estructura productiva vigente en un país. Las economías periféricas, generalmente enfocadas en sistemas productivos de insumos primarios, poseen cierta tendencia al atraso tecnológico. La tabla muestra cómo están ubicadas ciertas economías latinoamericanas en el Índice Mundial de Innovación[5]. Como puede observarse, el país con mayor tendencia a innovar y utilizar mejor sus recursos tecnológicos es Chile, ubicada en el puesto 51, seguida de México en el puesto 56. Brasil y Argentina ocupan los puestos 66 y 73 respectivamente, mientras que Paraguay es uno de los países peor ubicados de la región, puesto que está en el puesto 95, solo por encima de Bolivia y Ecuador.
Tabla 1. Países de Latinoamérica en el Índice Mundial de Innovación.
Fuente: Índice Mundial de Innovación.
En consecuencia, es de esperar que exista cierta tendencia en la exclusión de las economías periféricas en los intercambios globales. Esta exclusión debe entenderse más bien como una exclusión por sectores, y no global. Se pensaría que la configuración productiva de estas economías primarias es por la abundancia de recursos naturales, y que si esta no existiera, encontrarían otros bienes en los cuales especializarse. Clarida & Findlay[6] señalan que: “Un país siempre debe poseer una ventaja comparativa en algo”. El atraso tecnológico implica, sin embargo, que ese “algo” (además de los bienes primarios) quizás no existe. De ahí surge la importancia del Estado para formular estrategias que reviertan el atraso y potencien el cambio estructural que fortalezca los procesos de crecimiento sostenido de estas economías en desventaja.
Referencias
[1] Sraffa, P. (1951). The Works and Correspondence of David Ricardo: Volume 1, On the Principles of Political Economy and Taxation. [2] Krugman, P. A. (1991). Myths and realities of US competitiveness. Science, 254(5033), 811-815. [3] Algunos autores de esta línea son Luiz Carlos Bresser Pereira, Roberto Frenkel y Jaime Ros [4] Crespo, E., Dvoskin, A., & Ianni, G. (2020). Exclusion in ‘Ricardian’ Trade Models. Review of Political Economy, 1-18.
[5] Disponible en https://www.wipo.int/export/sites/www/pressroom/es/documents/pr_2019_834_annex1.pdf [6] Clarida, R. H., & Findlay, R. (1991). Endogenous comparative advantage, government, and the pattern of trade (No. w3813). National Bureau of Economic Research.
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