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¿Por qué Paraguay debe seguir creciendo (y mucho)?

Actualizado: 19 dic 2023



Por Joaquín Sostoa y Nelson Denis



Frecuentemente leemos o escuchamos en medios de comunicación a analistas económicos hablar de manera insistente de la estabilidad macroeconómica que caracteriza a nuestro país, del camino recorrido y las políticas implementadas que llevaron a esta, fruto de un consenso en la clase política que “trasciende” los diferentes gobiernos y sus ideologías a lo largo del tiempo. No solamente especialistas o analistas locales, la economía paraguaya es elogiada recurrentemente también a nivel internacional, sea por académicos u organizaciones como el Fondo Monetario Internacional. Este “equilibrio” macroeconómico, como también se lo suele nombrar, se basa en un crecimiento rápido y sostenido desde comienzos del milenio, estabilidad del tipo de cambio, inflación baja, reducción considerable de la deuda pública y un uso “prudente” de la política fiscal como herramienta para promover el crecimiento económico, es decir, un controlado y/o bajo déficit fiscal.


Independientemente de las críticas teóricas que puedan surgir con respecto a este consenso de políticas aplicadas, de las causalidades y principios que subyacen en la explicación que ofrecen los economistas y su inclinación por estas, que la economía paraguaya goza de una buena salud (relativa) es un hecho. Comparativamente hablando, países como Argentina o Venezuela, solo por mencionar los casos más citados, todavía no han resuelto cuestiones básicas de sus economías como la inflación, y las posibilidades de generar cualquier tipo de estabilidad en ese sentido parecen muy lejanas incluso en el mediano plazo. Durante la década pasada el desempeño de grandes economías como la brasileña ha sido bastante mediocre. El menor crecimiento, principalmente producto de la crisis de 2008-2009, ha sido no solo una tendencia regional general sino que también pudo verificarse en otras latitudes a nivel mundial con respecto de periodos pasados recientes, tanto en el mundo desarrollado como subdesarrollado. Sin embargo, países a nivel sudamericano, de economías con escalas mucho más reducidas, como Bolivia, Perú y Paraguay, han logrado una tendencia destacable a pesar de las condiciones mundiales poco favorables de la última década.


Según datos del Banco Mundial (BM), la economía paraguaya creció a un ritmo promedio de 4,5% anual durante el período 2004-2017, por sobre la media de la mayoría de los países de la región. A pesar de las contracciones de los años 2009 y 2012, la actividad logró alcanzar picos históricos durante los años 2010 y 2013, de tasas arriba o cerca del 10% (Gráfico 1). A partir del año 2014 ese crecimiento se vería ralentizado, debido primordialmente a la caída en los precios internacionales de los principales productos que exporta Paraguay a la economía mundial, como la soja u otros de origen primario. Durante los primeros meses de 2019 Paraguay experimentó una breve recesión debido a cuestiones climáticas adversas y a la menor demanda de sus principales destinos de exportación, Argentina y Brasil. Ya durante los últimos dos trimestres de ese año y el primero del 2020, la economía se encaminaba a recuperar su sendero de crecimiento habitual, de manera un poco más lenta, hasta la llegada de la pandemia, que afectó dramáticamente a la mayoría de los países del mundo y sus previsiones de crecimiento.


Gráfico 1. PIB y tasa de crecimiento del PIB de Paraguay (2000-2019).

Fuente: elaboración propia con base en datos de Banco Central del Paraguay (BCP)


Pese a ello, el año pasado, Paraguay destacó como el país en que la pandemia por Covid-19 tuvo menor impacto económico a nivel regional, debido fundamentalmente a la rápida adopción de medidas de confinamiento tomadas desde el gobierno nacional en pos de mitigar el shock de oferta y demanda que ya se veía venir. Si bien es cierto que la economía paraguaya goza de buena salud y que posee una rapidez mayor a la de sus vecinos regionales para adaptarse a los contextos adversos, esto es, capacidad para retomar su crecimiento rápidamente y no caer en recesiones profundas y de larga duración, es aun significativamente vulnerable a los shocks externos provenientes del resto de la economía del mundo, y su tan elogiada estabilidad puede ser criticada en tanto resulta necesariamente insuficiente para la enorme generación de riqueza que supone alcanzar y sostener a lo largo del tiempo un proyecto de desarrollo nacional que mejore sustancialmente la calidad de vida de sus habitantes.


Sin embargo, a pesar de su relativo buen desempeño en materia de crecimiento durante las últimas dos décadas y de las limitaciones propias de una estructura productiva con altos grados de heterogeneidad que condicionan su trayectoria en el largo plazo (poca diversificación), no todos comparten la idea de que esta estabilidad macroeconómica sea algo necesariamente beneficioso para el país, o al menos no para ciertos grupos y sí para otros. Esto es fácilmente verificable en el amplio descontento existente contra la clase política, las recurrentes manifestaciones ciudadanas contra la corrupción o los reclamos por mejoras en los sistemas públicos de salud y de educación. Todos estos fenómenos de insatisfacción demuestran que la percepción general de la población con respecto del curso de la economía parece ir por un carril separado que nunca logra cruzarse con el otro.


Según datos de Latinobarómetro, la preocupación principal de la sociedad paraguaya está relacionada con cuestiones económicas como el desempleo. Esto no es una cuestión coyuntural causada por la pandemia, sino que es una tendencia observable desde hace por lo menos una década (o más), muy probablemente relacionada a los altos índice de informalidad laboral que presenta la economía paraguaya, uno de los más altos de la región. Además, la organización menciona a Paraguay como un caso “que llama la atención”, dado que solo un 10% de la población dice que “se gobierna para el bien de todo el pueblo” a pesar de que el país cuenta con buenos indicadores económicos, mientras que el 87% afirma que el país “está gobernado por unos pocos en su propio beneficio” (Gráfico 2 y 3).


Grafico 2. “Se gobierna para el bien de todo el pueblo”, pregunta. Totales por país 2017-2018.

Fuente: Latinobarómetro (2018)


Grafico 3. “Se gobierna para unos cuántos grupos poderosos en su propio beneficio”, pregunta. Total América Latina 2004-2018 ─ totales por país 2018.

Fuente: Latinobarómetro (2018)


Frente a este panorama, surge la crítica generalizada que señala que los buenos resultados de la economía paraguaya no reflejan la realidad social de la amplia mayoría de la población, que todavía vive en una sensación de desamparo constante en lo personal o lo familiar. Hay quienes llegan a hablar incluso de que, más que lo macroeconómico, los problemas “verdaderos” del Paraguay son de índole “microeconómica”, confundiendo lo que en realidad son nada más que distintos niveles de análisis en vez de sectores de una misma economía pero con supuestas dinámicas diferentes, como usualmente dan a entender estos argumentos. Políticos importantes en el país como Efraín Alegre han llegado a categorizar el crecimiento económico de “empobrecedor”, al ser un modelo “hacia afuera” que solo beneficia a grandes empresarios exportadores pero no al resto de la sociedad.


En una misma línea, sectores del progresismo suelen mencionar que el crecimiento y la estabilidad son beneficiosas pero solo para los grupos más concentrados de la economía. Además, hacen hincapié en la redistribución de los ingresos en favor de los más desprotegidos y en políticas contra la desigualdad social como herramientas fundamentales para aplanar los altos niveles de pobreza ¿Pero es esto así realmente? ¿El crecimiento económico en el Paraguay solo beneficia a unos pocos? ¿Qué variables impactan más en la reducción de los niveles de pobreza? Si queremos eliminar la pobreza de manera definitiva y mejorar significativamente el bienestar general de la población, ¿alcanza con redistribuir el ingreso nacional?


Pobreza, desigualdad y crecimiento en el Paraguay


Si observamos el Gráfico 1, podemos verificar que la economía paraguaya experimentó un crecimiento relativamente estable en los últimos 20 años. En promedio, el Producto Interno Bruto (PIB) del país creció a una tasa de 3,6% anualmente, de acuerdo a los datos del BCP. A pesar de las recurrentes críticas contra la estabilidad macroeconómica y del crecimiento sostenido del PIB como supuesto indicador de bienestar, lo cierto es que este último tuvo un impacto destacable en la reducción de la pobreza total y extrema en el Paraguay en los últimos años.


Usualmente, más allá del PIB por sí solo, lo que se utiliza para explicar el grado de desarrollo (y el nivel de pobreza) de un país es el PIB per cápita, es decir, el PIB dividido por la cantidad de habitantes. El PIB per cápita ha crecido en promedio anualmente a una tasa de 2% en el Paraguay en los últimos 20 años. Esto es, ha pasado de 4.382 US$ a 6.481 US$ (dólares constantes de 2014) desde el 2000 al 2019, según el BCP. Por otro lado, la pobreza total del país se encontraba en 45% en el 2000, reduciéndose a 23,5% en el 2019. Es decir, una reducción del 3% en promedio anual. Si observamos el Gráfico 4, vemos una relación muy estrecha entre el nivel del PIB per cápita y la tasa de pobreza. Lo que se aprecia es que mayores niveles de producto por habitante se relacionan con menores tasas de pobreza a nivel país, y que niveles menores de PIB por habitante coinciden con mayores tasas de pobreza. Esto es lo que en términos del debate actual puede denominarse “el poder de la macroeconomía”.


Gráfico 4. PIB per cápita y tasa de pobreza en el Paraguay (2000-2019).

Fuente: elaboración propia con base en datos de BCP e Instituto Nacional de Estadística (INE).


Mida como se mida la pobreza, la relación es la misma. En los Gráficos 5 y 6 se presenta la relación entre el PIB per cápita y la pobreza extrema (nivel país) y la pobreza rural, respectivamente. Por lo que el crecimiento del producto ha sido y es una herramienta muy potente para reducir la pobreza en gran parte del país y no solo en los centros urbanos.


Gráfico 5. PIB per cápita y pobreza extrema en el Paraguay (2000-2019).

Fuente: elaboración propia con base en datos de BCP e INE.


Gráfico 6. PIB per cápita y pobreza rural en el Paraguay (2000-2019).

Fuente: elaboración propia con base en datos de BCP e INE.


No obstante, aunque se relacione muy bien con la reducción de la pobreza, el PIB per cápita no nos dice nada sobre la distribución del ingreso entre los habitantes. Lo que ocurre con el crecimiento del PIB es un crecimiento de la torta (de la economía en su conjunto), lo que significa que probablemente todos los habitantes se encuentren en una mejor posición en cuanto a su ingreso individual en términos absolutos, pero no necesariamente en términos relativos, es decir con respecto del resto de habitantes en su totalidad. Ilustremos lo anterior con un simple ejemplo: si la torta (el PIB) de un país es 100$, y posee 2 habitantes, A y B, y cada uno se queda con el 50% de la torta, A y B se llevan 50$. Pero si la economía crece, y la torta ahora vale 200$, sin cambiar las participaciones relativas cada uno se lleva 100$. Ambos vieron incrementado su ingreso sin ningún tipo de cambio en sus participaciones relativas: nadie se lleva más a costa de que el otro se lleve menos.


Este no ha sido el caso de la economía paraguaya, que al mismo tiempo que vio incrementada su torta, también las participaciones relativas fueron cambiando. En términos más simples, la desigualdad de ingreso ha disminuido en los últimos 20 años, lo que también pudo haber afectado a la disminución de la pobreza. Si medimos la desigualdad de ingresos con el Índice de Gini (un valor de 0 significa que todos tienen los mismos ingresos y un valor de 1 que una persona se queda con todo), vemos una mejora en la distribución de la economía en su conjunto a medida que el PIB per cápita crecía y que la pobreza disminuía (Gráfico 7). En su totalidad, el Índice de Gini pasó de 0,54 a 0,45 desde el 2000 al 2019.


Gráfico 7. PIB per cápita, Índice de Gini y tasa de pobreza en el Paraguay.

Fuente: elaboración propia con base en datos de BCP e INE.


Por otro lado, si analizamos un poco más en profundidad y medimos la desigualdad con otro indicador, como la participación del ingreso del 10% más rico sobre el ingreso total y la participación del 10% más pobre, también podemos observar que el 10% más rico pasó de obtener el 43,1% del ingreso en 2001 al 35,2% en 2019 (Gráfico 8). En cambio, el 10% más pobre se quedaba con el 1% de la torta en 2001 y con el 1,8% en 2019 [i]. Relativamente, la parte más alta perdió más de lo que ganó la parte más baja. Este último indicador nos tienta a pensar que la distribución para los más pobres no ha mejorado mucho, por lo que su mejora en el ingreso neto se pudo haber debido más al crecimiento de la economía en su totalidad que a los cambios en la distribución. Esto no quita que los cambios en la distribución también tuviesen un impacto en la pobreza.


Sobre este último punto, acerca de las variables que más impacto tuvieron en la reducción de la pobreza (la reducción del índice de Gini o el aumento del PIB), Serafini (2019) realizó una investigación acompañada de un estudio econométrico. En dicho trabajo, la economista buscó determinar estadísticamente, entre otras cosas, qué variable (el PIB, el índice de Gini, el gasto público o la inflación) impactó más en la reducción de la pobreza. De acuerdo a sus resultados, la pobreza se vio más afectada por el incremento del producto y por la mejora en la desigualdad de ingresos (el gasto público y la inflación tuvieron coeficientes menores). Entre estas dos, la economista señala que si el PIB crece a una tasa de 1% la pobreza se reducirá en un 1,75%. En cambio, si la desigualdad crece 1%, la pobreza lo hace en 1,33%. Por lo que se puede concluir a priori que la reducción de la pobreza se vio más influenciada por el crecimiento del producto que por la disminución de la desigualdad.


Gráfico 8. Participación sobre el ingreso del 10% más rico y el 10% más pobre del Paraguay (2000-2019).

Fuente: elaboración propia con base en datos de BM.


Por otro lado, surge la pregunta de si el crecimiento de la economía paraguaya ha beneficiado mayormente a los estratos más altos o a los más bajos. Es decir, en términos de ingresos absolutos, ¿creció más el ingreso de los más pobres o de los más ricos? Esta pregunta ha sido objeto de investigación de algunos economistas paraguayos en los últimos años. En el lenguaje académico, estos economistas se preguntaron si el crecimiento reciente de la economía era “pro pobre”. El crecimiento es pro pobre cuando la población de los estratos más bajos ve un mayor crecimiento de sus ingresos que los estratos más altos (fue más favorecida) y si hubo alguna reducción de la pobreza. Para el periodo 2007-2014, Rodríguez (2016) encuentra que el crecimiento fue pro pobre en términos absolutos y relativos. En todo el periodo de estudio, los ingresos de la población pobre crecieron un 58%, una tasa mayor que el promedio de 43%. Guerrero (2016), en un estudio similar pero para el periodo 2007-2012, encuentra que el crecimiento también fue pro pobre. Este halló que, en todo el periodo, hasta el percentil 80 hubo un crecimiento positivo y que hasta el 65 el crecimiento fue mayor al promedio, mientras del 85 al 100 no hubo crecimiento positivo.


En suma, el crecimiento de la economía paraguaya en las últimas dos décadas está lejos de ser un “crecimiento empobrecedor”. Según los datos obtenidos, se experimentó una significativa reducción de la pobreza y los ingresos de los estratos más pobres crecieron en términos absolutos más que el ingreso de los más ricos. Así también, no es menos verdadero que la desigualdad también se redujo y tuvo un papel preponderante para la reducción de la pobreza, aunque de manera más inestable. Lo que ahora nos preguntamos, mirando a futuro, es si para reducir aún más la pobreza y, en lo posible, erradicarla definitivamente, debemos enfocarnos en redistribuir el ingreso, pues existe la idea de que la pobreza puede reducirse significativamente solo quitando de arriba y distribuyendo abajo, suponiendo que Paraguay es un país rico pero económica y socialmente desigual. Atención: esto no quiere decir que si mejoramos la distribución lo más probable es que la pobreza también se reduzca. Lo que pretendemos cuestionar es si las mejoras en la distribución, dado el nivel de ingreso total de Paraguay, puede realmente reducir la pobreza a tasas muy bajas como la de los países más ricos.


¿Alcanza con distribuir mejor?


Para responder esta pregunta debemos salir de Paraguay y mirar un poco más al resto del mundo. Es difícil sacar conclusiones mirando un solo caso. Por lo tanto, tomaremos una muestra de 158 países de todo el mundo. Primero, analizaremos cuál es la relación entre el PIB per cápita de los países con su tasa de pobreza, tomando como año de referencia el 2019 (o un año cercano a este, según la disponibilidad de datos) y una vara de pobreza determinada. Las varas de pobreza nos indican una cantidad monetaria sobre la cual dividimos a la población en pobres y no pobres. Estas varían de país a país, y normalmente se la nombra como una decisión arbitraria. No existe una vara de pobreza universal. Por ejemplo, normalmente se pueden ver datos en noticias y redes sociales que estipulan que Argentina posee una pobreza muy superior a la de Paraguay, pero esto solo es así porque la vara de pobreza de Argentina es más alta. Si medimos la pobreza de Paraguay con la misma vara de Argentina la pobreza llega a 39%. Por lo tanto, en este ejercicio seleccionamos una vara de 7 US$ diarios (la de Argentina es de 9,9US$). Esta vara estima una pobreza de Paraguay similar a la de los datos oficiales del INE.


Intentando escapar a las confusiones metodológicas, podemos verificar en el Gráfico 9 la relación entre la tasa de pobreza y el PIB per cápita de cada país. La relación es bastante estrecha, a medida que obtenemos un producto por habitante mayor, la tasa de pobreza se reduce. Esto es más visible en los extremos. Por ejemplo, Francia posee un PIB per cápita de 45.384 US$ y una pobreza de 0,15%. En el otro extremo, Somalia tiene un PIB per cápita de tan solo 903 US$ y una pobreza del 98%. Es decir, el 98% de la población somalí no alcanza los 7 US$ diario.


Gráfico 9. PIB per cápita PPA 2017 (2019 o cerca) y tasa de pobreza (2019 o cerca).

Fuente: elaboración propia con base en datos de BM y Povcalnet.


Ahora bien, a nivel mundial ¿cuál es la relación entre la pobreza y la desigualdad? Para eso, volvemos a tomar nuestro querido Índice de Gini y lo relacionamos a la misma tasa de pobreza de cada país. Como se aprecia en el Gráfico 10, también existe una relación entre la pobreza y la desigualdad a nivel mundial, pero en este caso es positiva (a mayor desigualdad, mayor pobreza) y también la relación es menos estrecha. La dispersión de puntos es mayor, y por lo tanto cuesta más encontrar una relación certera. La premisa principal que podemos inferir de estos números es que la pobreza en el mundo se explica mejor por el PIB per cápita que por la desigualdad existente dentro de las fronteras de cada país. Como afirman Daniel Schteingart e Igal Kejesfman, la distribución importa pero no hace milagros. ¿Cómo entender esto?


Gráfico 10. Índice de Gini (2019 o cerca) y tasa de pobreza (2019 o cerca) para 158 países.

Fuente: elaboración propia con base en datos de Povcalnet.


Quizá el mejor caso que logre aproximarnos más a una posible respuesta es el de China. Según el Banco Mundial, China ha logrado sacar de la pobreza a 800 millones de personas desde finales de la década del 70. En los últimos 40 años, más de 70% de la reducción mundial de la pobreza estuvo relacionada con la enorme transformación social del gigante asiático. Es el país que ha reducido de manera más rápida y en un periodo relativamente corto de tiempo su pobreza total y extrema… ¡en toda la historia humana! Sin embargo, independientemente de las causas permitieron estos extraordinarios logros, la desigualdad de ingresos en China ha crecido de manera dramática desde inicios de su Reforma y Apertura en 1978.

China pasó de ser un país altamente igualitario, similar a los niveles nórdicos (índice de Gini de 0,27 en 1983, cuando alcanzó su nivel más bajo) pero con altísimos niveles de pobreza (más del 80%), a un perfil distributivo más cercano a Estados Unidos a mediados de los 2000. Para el año 2016 el Índice de Gini se ubicaba en torno al 0,46 y la pobreza 0,5%. ¿Qué pasó en el medio? El incremento masivo y sostenido de su PIB per cápita. Desde luego, no todo lo que brilla es oro, pues las autoridades del Partido Comunista Chino han tomado también conciencia de los problemas derivados de la desigualdad. De hecho, la década de 2000 estuvo marcada en China por una intensa disputa en forma de huelgas a gran escala, suicidios de trabajadores dentro de las fábricas y disturbios campesinos. Desde entonces, se implementaron varias políticas para frenar las desigualdades (Nogueira, Guimarães & Braga, 2019).


Volviendo a nuestra explicación, el Gráfico 10 nos indica que dado un mismo nivel de ingreso por habitante existen muchas tasas de pobreza diferentes. Esto es más cierto si miramos el centro del gráfico o los países de ingresos medios. Por ejemplo a un nivel de PIB per cápita de 15.000 US$ encontramos niveles de pobreza muy elevados y muy bajos. Por ejemplo, Bosnia y Herzegovina posee un PIB por habitante de casi 15.000 US$, también lo hace Georgia. En cambio, el primero tiene una pobreza de tan solo 4% y el segundo de 58%. Normalmente estas diferencias son explicadas por la desigualdad de ingresos dentro de esos países. Así es como Bosnia tiene un Gini de 0,33 y Georgia de 0,57, una diferencia abismal. Por lo tanto, un resultado a priori es que distribuyendo mejor el ingreso podemos llegar a tasas de pobreza significativamente bajas, como lo hizo Bosnia con su ingreso medio de 15.000 US$. ¿Qué tan cierto es esto para Paraguay?


Nuestro país posee un ingreso per cápita en PPA (Paridad de Poder Adquisitivo medido en dólares) un poco menor que dichos países. Exactamente de 12.619 US$. Dado el resultado anterior lo lógico sería encontrar también países con el mismo nivel de ingreso y menor desigualdad que resulten en una menor pobreza. Por lo tanto, seleccionaremos una sub muestra de países que posean un ingreso per cápita similar al de Paraguay (entre un rango arbitrario de 10.000 y 14.900 US$) pero que a la vez tengan un menor Índice de Gini ¿Cuál es el nivel de pobreza de estos países? Los resultados pueden observarse en el Gráfico 11.


De un total de 22 países, todos con menor desigualdad, vemos que también existen diferentes tasas de pobreza. Pero si miramos un poco más de cerca, solo 4 tienen menor pobreza y además la redujeron significativamente (Azerbaiyán, Bosnia, Ucrania y Líbano). Tres de estos 4 países fueron repúblicas socialistas soviéticas (Azerbaiyán, Ucrania y Bosnia) y también tres de estos (Azerbaiyán, Bosnia y Líbano) tienen un PIB per cápita significativamente mayor dentro del rango (casi 15.000$).


Por otro lado, son 5 los países (de los 22) que tienen mucha mayor pobreza que Paraguay (Egipto, Iraq, Armenia, Georgia e Indonesia), en general mayor del 50%. La mayoría de estos países, los 13 que sobran, poseen una pobreza similar a la de Paraguay, es decir, entre el 20 y 50%. El resultado que se desprende de esto es que solo son 4 países que dado un nivel de ingreso similar han logrado reducir la pobreza significativamente. El resto de los 18 países no lo pudo hacer, incluso también teniendo niveles de desigualdad muy bajos (como Moldavia, que también fue socialista). Por lo tanto, reducir la pobreza bajando la desigualdad dado el nivel de ingreso actual es muy difícil, a menos que exista o haya existido una organización económica socialista o algo similar (como Bosnia, Ucrania o Azerbaiyán), o, dicho de otra manera, países que muy posiblemente se hayan visto atravesados por procesos convulsionados y violentos de redistribución del ingreso, como guerras civiles o revoluciones, que no siempre es el caso.


Gráfico 11. Pobreza de países con ingreso similar a Paraguay y menor índice de Gini.

Fuente: elaboración propia con base en datos de Povcalnet.


Pero si “hilamos más fino” sobre estos 4 países con baja pobreza también podemos hallar que sus pobres (dada la vara de 7US$) se encuentran relativamente muy cerca de la vara establecida. Si se comparan con países desarrollados, y subimos más la vara (por ejemplo, a 15US$ diarios), podemos ver que su tasa de pobreza aumenta estrepitosamente, más en el caso de Ucrania, que de una pobreza de 8% pasa a 62% con la vara más alta (Gráfico 12). Lo mismo ocurre con los demás 3 países.


Gráfico 12. Países con similar PIB per cápita, menor índice de Gini y menor pobreza que Paraguay con distintas varas de pobreza.

Fuente: elaboración propia con base en datos de Povcalnet.


La economía política del subdesarrollo


El crecimiento económico es el instrumento más poderoso para reducir la pobreza. Si se observa un mapa del mundo actual y se pregunta en dónde existe menor incidencia de la pobreza, la respuesta es sencilla: donde ha habido crecimiento desde el inicio del crecimiento económico moderno, alrededor de mediados del siglo XVIII (Rodrik, 2011). Aunque usualmente vista como una ciencia “obscura”, llena de matemática incomprensible y al servicio de los poderosos, frecuentemente criticada por los constantes yerros predictivos de quienes ejercen la profesión, la economía ha avanzado en ciertos consensos generales indiscutidos empíricamente que parecen trascender tanto lo teórico como lo político. De izquierda a derecha, de clásico-keynesianos a marginalistas, los economistas se han puesto de acuerdo en la primacía del crecimiento económico y el PIB per cápita como herramientas imprescindibles para reducir la pobreza en el mundo.


Comprender esto no implica en nada negar otros factores que puedan incidir en el bienestar de las mayorías populares. En ese sentido, Paraguay sigue cargando con un montón de deudas pendientes en materia social que inhiben el desarrollo humano de sus habitantes y que inciden directamente en la percepción de estos en su relación con la economía en su conjunto, además de alterar el funcionamiento del sistema político y la gobernabilidad de los tomadores de decisiones, generando conflictividad social y crisis políticas recurrentes. Estas deudas pendientes con la sociedad y la democracia son de índole fundamentalmente política más que de otro tipo, y la responsabilidad consiguiente debe recaer en los sucesivos gobiernos que a lo largo de nuestra historia reciente han hecho poco o nada por modificar estas condiciones materiales, sea por auténtica falta de voluntad o por ausencia de ingenio o habilidad políticas. Entre estas, la más obvia y fácilmente identificable, es la deleznable precariedad de nuestros sistemas públicos de salud y de educación.


No menos cierto es, sin embargo, que la disminución en el ritmo de reducción de la pobreza a causa de la ralentización de la economía a mediados de la década pasada tuvo una importante incidencia en los estallidos sociales recientes en América Latina, como explica el politólogo José Sánchez. Paraguay no es ajeno a esta dinámica. No casualmente las manifestaciones ciudadanas en torno a la lucha contra la corrupción, los estallidos estudiantiles de 2015 en adelante o el creciente auge de figuras autoritarias como la de Paraguayo Cubas tuvieron su aparición después del fin del llamado “súper ciclo de commodities” en 2014, y luego de la enorme reducción de la pobreza experimentada durante los gobiernos de Nicanor Duartes Frutos y Fernando Lugo (Gráfico 7). Todos estos fenómenos son expresiones (no causas) de una sociedad todavía profundamente desigual tanto en términos sociales como de ingreso por habitante, con nula capacidad y voluntad de sus élites y gobernantes para garantizar derechos humanos básicos como el acceso a la salud y la educación. Por supuesto, las razones no se reducen a esto, pero sí deben formar parte de la explicación.


Concluyendo, Paraguay no es un país rico solo por contar con una gran cantidad de recursos naturales. Paraguay es un país pobre y subdesarrollado, pero cuyo grado de desarrollo tampoco es explicado por la desigualdad de ingresos al interior de este, así como por déficits institucionales que impiden que empresarios extranjeros inviertan la riqueza que no podemos producir internamente. Incluso la voluntad política a veces es insuficiente para comprender por qué fallan las trayectorias de desarrollo de los países a nivel mundial. Muchas veces, la realidad del subdesarrollo se antepone a las buenas intenciones y escapan a las opciones de política económica de los gobiernos, sea en el corto o el largo plazo. Es aquí donde aflora la necesaria discusión teórica, junto con su correlato político consiguiente ¿Qué hacer para salir del subdesarrollo? ¿Debemos fortalecer el sistema institucional aplanando los altos niveles de corrupción para aumentar la “confianza” de los inversores, como dicen muchos analistas? ¿Hay que enfocarnos en incrementar nuestro “capital humano”? O, por el contrario, ¿debemos transformar radicalmente nuestra estructura productiva, sustituyendo importaciones e incorporando mayor contenido tecnológico al proceso de agregación de valor de la economía?


Las respuestas variarán entre especialistas, pero lo que nadie podrá negar es que, si Paraguay pretende salir del subdesarrollo y eliminar su pobreza, debe seguir creciendo, y lo debe hacer a tasas sostenidas aún mucho más elevadas a las que pudimos observar en promedio durante estas dos últimas décadas de relativa estabilidad. En estos aspectos deben estar puestos los esfuerzos en criticar el modelo económico vigente en el Paraguay. Juzgar el crecimiento sostenido del país por ser desigual no solo es impreciso sino que también carece de todo sentido. Ninguna improbable utopía redistribucionista llegará a destino ni saldará las cuentas pendientes con los más desposeídos de la sociedad. Casos como el de China demuestran que no es necesario redistribuir ingresos en favor de los que menos tienen para eliminar progresivamente la pobreza, lo que no quiere decir que pueda ayudar a acelerar dicho proceso ni que no deba hacerse por otras razones totalmente válidas de justicia social. Insistimos: el crecimiento económico es una condición necesaria, aunque no suficiente, para alcanzar el tan anhelado desarrollo. Los movimientos y partidos progresistas y de izquierda en el país no deben relegar a la derecha conservadora y neoliberal una idea tan central en el viejo pensamiento marxista como lo es el “desarrollo de las fuerzas productivas” para la base de cualquier emancipación.



[i] Lo mismo ocurrió con el 20% más rico y el 20% más pobre. Mientras que los primeros vieron reducir su participación del 50 al 45,1%, los segundos la vieron aumentarla del 5,9 al 6,8% (2003-2017).




Bibliografía citada


Guerrero, J. C. (2016). Crecimiento económico y distribución del ingreso: una perspectiva del Paraguay. Población y Desarrollo.


Rodríguez, D. S. (2016). Crecimiento pro-pobre de Paraguay en base a EPH 2007 y 2014. Población y Desarrollo.


Rodrik, D. (2011). Una Economía, Muchas Recetas. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica.


Serafini, V. (2019). Pobreza en Paraguay: crecimiento económico y conflicto redistributivo. Asunción: CADEP


Nogueira, I., Guimarães J.V. & Braga J.P. (2019). Inequalities and capital accumulation in China. Brazilian Journal of Political Economy, vol. 39, nº 3 (156), pp. 449-469.



Imagen de portada: Infobae

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